La filósofa Ana Lucía Fonseca publicó en 2024 Cosas veredes, sobre dichos, refranes y otras andanzas filosóficas, un ensayo arraigado en su cotidianidad más íntima, como aquella que vivió de niña con sus abuelas, una de sangre, la otra de crianza.
Por Anabeatriz Fernández González
beatrizfergo@gmail.com
Un canasto de la abuela paterna, caóticamente lleno de tijeras, hilos, botones y telas, es uno de esos mundos como si fuera un pañuelo.
Un pañuelo como un hatillo, que se echa en el hombro para caminar el mundo a lo ancho, alto, profundo y largo.
Esos mundos, como pañuelos, que son más que un mundo: el país, el planeta, el universo, los multiversos, y así sucesivamente, con su tiempo cíclico, que se devuelve al sujeto o sujeta que los imagina, anda, piensa, reflexiona y critica.
Eso es, en parte, Cosas veredes, sobre dichos, refranes y otras andanzas filosóficas, libro personalísimo y cotidiano de Ana Lucía Fonseca, filósofa y profesora jubilada recientemente de la Universidad de Costa Rica.

La filósofa Ana Lucía Fonseca fue la ganadora del Premio Nacional Aquileo J. Echeverría, en la rama de ensayo, por su obra «Cosas veredes», un análisis de los dichos y refranes costarricenses.
El libro fue publicado por la Editorial de la UCR en 2024, en un formato de cuadernillo, ancho, que tiene la virtud de abrir espacio suficiente en los márgenes para escribir notas en diálogo constante al que invita Fonseca.
La portada y las páginas de inicio de cada capítulo, tres en total, llevan una caricatura o ilustración de Elena Calvo, y el prólogo fue escrito por Viviana Guerrero, dos contribuciones filiales que Fonseca agradece hondamente.
Cosas veredes ganó el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en la categoría de ensayo 2024.
El texto escrito, casi como una reflexión autobiográfica de sus inquietudes filosóficas, se divide en tres secciones: la primera sobre filosofía de la moral, o sea, la ética; la segunda acerca de la filosofía de la religión y la tercera aborda la filosofía de la ciencia.
El tema central es, precisamente, el de la filosofía de la religión, en el cual, en un tête à tête (y corps a corps) intenso, entre ella con ella misma y el lector, plantea con una depurada, parca y fisga lógica (fisgalógica) los límites estrictos, pero a la vez anchos, de la argumentación filosófica.
Fonseca mariposa más no filósofa, circunda por los lares de los dichos y refranes, para filosofar, en pleno vuelo, esos mundos que son sus pañuelos personales.
Lectomanía: Voy a empezar la entrevista hablando sobre cómo cierra el libro. Me gusta mucho la referencia que hace sobre que el mundo es un pañuelo. En lo personal uso mucho ese dicho, es una metáfora delicada, hermosa y sutil. Además uso muchos pañuelos para vestir, igual que mi madre, entonces para mí tienen una relación con la cotidianidad y lo femenino.
Hay una canción que dice: Vuelan las mariposas, ¿a dónde irán?, con sus alas preciosas, de tafetán. Parecen pañuelitos diciendo adiós, adiós mariposita, dice la flor.
Ana Lucía Fonseca: Me llevaste a la infancia con esa canción.
L: Empecemos, entonces, hablando sobre el pañuelo como un mundo.
ALF: El concepto del mundo es plurisignificativo, igual te puedes referir al mundo social, como al familiar, como al mundo como planeta, al mundo más allá del planeta y al mundo como universo. Lo importante es que no importa en cuál dimensión estés, si en la más particular o en una tan difícil de aprender como la del mundo como universo, lo importante es que sigue siendo en alguna medida un pañuelo. Es demasiado pequeño, hay que saber de qué está compuesto, cuál es su tejido, para qué se usa.
Pensemos en el mundo como un pañuelo del universo a partir del Big Bang y hasta donde llegue, si es que llega a alguna parte. Desde nuestra perspectiva humana se recorre ese pañuelo y sigue siendo pequeño. Sobre todo, si uno se asoma a la física o a la cosmología contemporánea y se da cuenta de que se habla de cosas que ya implicarían otros pañuelos de otras dimensiones como los universos paralelos, los universos mencionales.
En eso tenías razón, cuando decías de lo femenino, el mundo como pañuelo siempre remite a quién lo piensa, a quién lo intuye, a quién lo dibuja y eso es muy femenino. Hablar del sujeto, hablar del sujeto como persona, homo sapiens sapiens, que está en un momento determinado, porque en la filosofía, el sujeto suele verse de manera muy abstracta. El sujeto trascendental en Kant, el sujeto del conocimiento, pero nosotras, como mujeres, sabemos que detrás del sujeto hay un ser de carne y hueso. Que sufre, que piensa, que sueña, que odia, que ama. Igual en lo social, que es otro universo, del cual se puede palpar el tejido.
En cuanto a lo de las palabras, como “mariposa”, este diálogo que estamos teniendo es un ejemplo. Las mariposas no vuelan en línea recta, como lo digo en el libro, sino que van, vienen, se detienen en alguna flor, se paran en una hoja, vuelan más alto, descienden. Así son las palabras. Ya no soy profesora, soy jubilada, fui profesora de filosofía por más de 34 años, y siempre tuve esta idea de que una clase tiene que ser de alguna manera conversada y si se conversa, no es que uno va de un lado a otro dando tumbos, es que hay un sobrevuelo de los temas, un ir y venir, un posarse por aquí, por allá. Por eso la imagen de las palabras como mariposas, por eso la imagen al final del epílogo y también del epígrafe, que dice “A dónde fueron las palabras que no se dijeron…
L: …de Silvio Rodríguez.
ALF: “Tal vez rodando como gotas de lluvia que quieren caer…”
L: Pensando sobre que el mundo es un pañuelo, la sensación que a mí me provoca es que abarca un nosotros siempre: por más que alguien esté en China y yo en Costa Rica hay una cercanía que nos convierte en un nosotros, que cabemos en ese pañuelo. Es una sensación de comunidad.
ALF: También nos señala nuestra propia finitud: de pequeños pensábamos que el mundo era el barrio, pero se va ensanchando y ensanchando hasta que uno se da cuenta -a mí eso en la infancia me provocó insomnio- que el planeta es insignificante entre muchos miles de millones de planetas, entre miles y millones de galaxias, pero, otra vez, sigue siendo un vecindario. Pero de repente hay un momento, cuando se habla de los límites del universo, que otra vez va hacia dentro, hacia el sujeto que lo piensa.
L: Esta noción del pañuelo me lleva a la teoría de la bolsa de la escritora estadounidense Ursula K. Le Guin, que habla sobre las formas narrativas basadas en la bolsa, o cuenco, cesto o canasto, que contiene historias no basadas en la acción concebida como conflicto, como guerra, por ejemplo, sino como relato. Le Guin dice que en un canasto guardamos lo cosechado, por ejemplo, que se relaciona con el alimento, el cuido. Cosas veredes para mí es un pañuelo en forma de cesto, un atillo, con una arquitectura escritural distinta, donde caben preguntas y respuestas muy personales, sus preocupaciones filosóficas. Es un ensayo escrito en clave no canónica académica.
ALF: Con la imagen del canasto me trajiste la imagen de mi abuela Juana, madre de mi papá, que era costurera y que nombro en el libro. Ella tenía un canasto lleno de hilos, botones, telas, tijeras. No es gratuito que no se habla de un cajón de sastre, sino que, tratándose de mi abuela, era un canasto donde tenía lo que ella necesitaba y siempre cuando una llegaba y preguntaba, «abuela, ¿tenés un hilo tal?», ella con solo meter la mano decía aquí está. «Para el que sabe lo que tiene esto no es un caos. Yo sé lo que tengo aquí, yo sé dónde está”, decía. Eso en medio de algo que para una persona desde fuera se veía como un caos. Valiéndonos de esta imagen, que no es un caos, sino una acumulación de ideas, de imágenes, de muchos elementos que aprendí enseñando, el libro es el testimonio de todo eso. O sea, el libro podría ser, como bien decías, una especie de biografía filosófica. Al principio, no se ordenó en tres capítulos o tres secciones con cinco partes, eso se hizo después. Al inicio sí tenía claro que iba a rastrear la relación de problemas filosóficos, muy complicados a veces -o por lo menos que los explican de una manera muy complicada- en la cotidianidad y que el sustrato de esa cotidianidad iban a ser los refranes y los dichos.
El libro fue publicado por la Editorial de la UCR en 2024, en un formato de cuadernillo, ancho, que tiene la virtud de abrir espacio suficiente en los márgenes para escribir notas en diálogo constante al que invita Fonseca.
La portada y las páginas de inicio de cada capítulo, tres en total, llevan una caricatura o ilustración de Elena Calvo, y el prólogo fue escrito por Viviana Guerrero, dos contribuciones filiales que Fonseca agradece hondamente.
Cosas veredes ganó el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en la categoría de ensayo 2024.
El texto escrito, casi como una reflexión autobiográfica de sus inquietudes filosóficas, se divide en tres secciones: la primera sobre filosofía de la moral, o sea, la ética; la segunda acerca de la filosofía de la religión y la tercera aborda la filosofía de la ciencia.
El tema central es, precisamente, el de la filosofía de la religión, en el cual, en un tête à tête (y corps a corps) intenso, entre ella con ella misma y el lector, plantea con una depurada, parca y fisga lógica (fisgalógica) los límites estrictos, pero a la vez anchos, de la argumentación filosófica.
Fonseca mariposa más no filósofa, circunda por los lares de los dichos y refranes, para filosofar, en pleno vuelo, esos mundos que son sus pañuelos personales.
Lectomanía: Voy a empezar la entrevista hablando sobre cómo cierra el libro. Me gusta mucho la referencia que hace sobre que el mundo es un pañuelo. En lo personal uso mucho ese dicho, es una metáfora delicada, hermosa y sutil. Además uso muchos pañuelos para vestir, igual que mi madre, entonces para mí tienen una relación con la cotidianidad y lo femenino.
Hay una canción que dice: Vuelan las mariposas, ¿a dónde irán?, con sus alas preciosas, de tafetán. Parecen pañuelitos diciendo adiós, adiós mariposita, dice la flor.
Ana Lucía Fonseca: Me llevaste a la infancia con esa canción.
L: Empecemos, entonces, hablando sobre el pañuelo como un mundo.
ALF: El concepto del mundo es plurisignificativo, igual te puedes referir al mundo social, como al familiar, como al mundo como planeta, al mundo más allá del planeta y al mundo como universo. Lo importante es que no importa en cuál dimensión estés, si en la más particular o en una tan difícil de aprender como la del mundo como universo, lo importante es que sigue siendo en alguna medida un pañuelo. Es demasiado pequeño, hay que saber de qué está compuesto, cuál es su tejido, para qué se usa.
Pensemos en el mundo como un pañuelo del universo a partir del Big Bang y hasta donde llegue, si es que llega a alguna parte. Desde nuestra perspectiva humana se recorre ese pañuelo y sigue siendo pequeño. Sobre todo, si uno se asoma a la física o a la cosmología contemporánea y se da cuenta de que se habla de cosas que ya implicarían otros pañuelos de otras dimensiones como los universos paralelos, los universos mencionales.
En eso tenías razón, cuando decías de lo femenino, el mundo como pañuelo siempre remite a quién lo piensa, a quién lo intuye, a quién lo dibuja y eso es muy femenino. Hablar del sujeto, hablar del sujeto como persona, homo sapiens sapiens, que está en un momento determinado, porque en la filosofía, el sujeto suele verse de manera muy abstracta. El sujeto trascendental en Kant, el sujeto del conocimiento, pero nosotras, como mujeres, sabemos que detrás del sujeto hay un ser de carne y hueso. Que sufre, que piensa, que sueña, que odia, que ama. Igual en lo social, que es otro universo, del cual se puede palpar el tejido.
En cuanto a lo de las palabras, como “mariposa”, este diálogo que estamos teniendo es un ejemplo. Las mariposas no vuelan en línea recta, como lo digo en el libro, sino que van, vienen, se detienen en alguna flor, se paran en una hoja, vuelan más alto, descienden. Así son las palabras. Ya no soy profesora, soy jubilada, fui profesora de filosofía por más de 34 años, y siempre tuve esta idea de que una clase tiene que ser de alguna manera conversada y si se conversa, no es que uno va de un lado a otro dando tumbos, es que hay un sobrevuelo de los temas, un ir y venir, un posarse por aquí, por allá. Por eso la imagen de las palabras como mariposas, por eso la imagen al final del epílogo y también del epígrafe, que dice “A dónde fueron las palabras que no se dijeron…
L: …de Silvio Rodríguez.
ALF: “Tal vez rodando como gotas de lluvia que quieren caer…”
L: Pensando sobre que el mundo es un pañuelo, la sensación que a mí me provoca es que abarca un nosotros siempre: por más que alguien esté en China y yo en Costa Rica hay una cercanía que nos convierte en un nosotros, que cabemos en ese pañuelo. Es una sensación de comunidad.
ALF: También nos señala nuestra propia finitud: de pequeños pensábamos que el mundo era el barrio, pero se va ensanchando y ensanchando hasta que uno se da cuenta -a mí eso en la infancia me provocó insomnio- que el planeta es insignificante entre muchos miles de millones de planetas, entre miles y millones de galaxias, pero, otra vez, sigue siendo un vecindario. Pero de repente hay un momento, cuando se habla de los límites del universo, que otra vez va hacia dentro, hacia el sujeto que lo piensa.
L: Esta noción del pañuelo me lleva a la teoría de la bolsa de la escritora estadounidense Ursula K. Le Guin, que habla sobre las formas narrativas basadas en la bolsa, o cuenco, cesto o canasto, que contiene historias no basadas en la acción concebida como conflicto, como guerra, por ejemplo, sino como relato. Le Guin dice que en un canasto guardamos lo cosechado, por ejemplo, que se relaciona con el alimento, el cuido. Cosas veredes para mí es un pañuelo en forma de cesto, un atillo, con una arquitectura escritural distinta, donde caben preguntas y respuestas muy personales, sus preocupaciones filosóficas. Es un ensayo escrito en clave no canónica académica.
ALF: Con la imagen del canasto me trajiste la imagen de mi abuela Juana, madre de mi papá, que era costurera y que nombro en el libro. Ella tenía un canasto lleno de hilos, botones, telas, tijeras. No es gratuito que no se habla de un cajón de sastre, sino que, tratándose de mi abuela, era un canasto donde tenía lo que ella necesitaba y siempre cuando una llegaba y preguntaba, «abuela, ¿tenés un hilo tal?», ella con solo meter la mano decía aquí está. «Para el que sabe lo que tiene esto no es un caos. Yo sé lo que tengo aquí, yo sé dónde está”, decía. Eso en medio de algo que para una persona desde fuera se veía como un caos. Valiéndonos de esta imagen, que no es un caos, sino una acumulación de ideas, de imágenes, de muchos elementos que aprendí enseñando, el libro es el testimonio de todo eso. O sea, el libro podría ser, como bien decías, una especie de biografía filosófica. Al principio, no se ordenó en tres capítulos o tres secciones con cinco partes, eso se hizo después. Al inicio sí tenía claro que iba a rastrear la relación de problemas filosóficos, muy complicados a veces -o por lo menos que los explican de una manera muy complicada- en la cotidianidad y que el sustrato de esa cotidianidad iban a ser los refranes y los dichos.
Los refranes son pequeñas gotitas que implican una visión de mundo, no voy a decir de todo el mundo, sino de, por ejemplo, un problema moral, sobre si la libertad sí o la libertad no, sobre los dioses o Dios, sobre cómo conducirnos con los demás, que siempre son oportunos en una dirección más lógica, porque un refrán tiene que ver con lógica, para poder explicar, por ejemplo, el tremendo problema desde el punto de vista de la epistemología o de la filosofía de la ciencia, de cómo justificar una generalización, porque la ciencia trabaja con generalizaciones. Un refrán maravilloso con una imagen muy bella: “una golondrina no hace verano”. Cuando yo me asomé a estos refranes que estaban en mi infancia enseñados por otra abuelita que yo digo allí que no era mi abuela de sangre, pero sí una abuela en todo lo que significa serlo, porque vivió con nosotros más de 25 años y era una enciclopedia de refranes. A mí me llamaba la atención que siempre fuera una expresión tan sintética para decir algo. Eso estaba en el fondo del canasto, mi gusto por los refranes, por lo que implican, mi gusto por que los problemas filosóficos, aún los que parecen más complejos puedan ser comunicados. No en vano trabajé en educación durante toda mi vida profesional… que pudieran ser expresados de manera que entienda la persona que está a la escucha, que quiere aprender, que entienda que es algo que le interesa o que puede llegar a interesarle. Para usar un término más matemático, es una relación biunívoca, entre refrán y problema filosófico. A veces un refrán implica ya una postura filosófica. “El que nació para maceta del corredor no pasa”, implica un determinismo en relación con las cosas que podemos hacer para librarnos de algo que marque un destino. Ahí hay una concepción filosófica. ¿Y quién no ha dicho ese refrán? Cualquiera lo cita, sobre todo nosotras que somos refraneras. Estamos haciendo referencia a un problema filosófico que tiene que ver con el determinismo en relación con la libertad. O sea, se relativiza la libertad. Pero también hay problemas filosóficos muy duros, de una sofisticación conceptual que hacen referencia en algún momento a un refrán o que pueden ser ilustrados, pueden ser remitidos a un refrán. Por ejemplo, el dicho o imagen del pañuelo. El mundo es un pañuelo. Me gustó eso de que mi libro es una especie de biografía de mi trayecto filosófico, que yo espero esté alejadísimo, pero de verdad, alejadísimo del estilo de muchos académicos de la filosofía que son realmente sacerdotes, que predican en otro idioma, no en el que uno puede entender.
Mi profesor Roberto Murillo insistía en que más que filosofía había que apuntar al filosofar, más que a un sustantivo a una acción. Era algo más dinámico, porque desde esa perspectiva, la filosofía se construye desde la infancia con nuestras preguntas que después nos acallan. También insisto en que hay un lenguaje técnico que es inevitable, todas las profesiones lo tienen, pero no puede ser el fin. Yo no voy a dedicar mi vida a ver qué fue lo que quiso decir exactamente Kant con esto; y eso que yo estudié mucho a Kant.
L: El pianista canadiense Glenn Gould era experto en Bach y mantenía una relación de diálogo, de investigación, con su música. Creo que precisamente el libro lo que hace es entrar en diálogo permanente entre usted con usted y el lector, y los temas que la inquietan. Por ejemplo, la filosofía de la religión. A mí me costó mucho “salir del closet” en relación con mi ateísmo, y siento que aún me cruza el catolicismo.
ALF: Es cierto. Son tres secciones que me interesan mucho y fueron mi foco de atención: la filosofía de la moral, o sea, la ética, la filosofía de la religión y la filosofía de la ciencia. El tema central es precisamente el de la filosofía de la religión.
Yo igual que vos no solo me crié en una tradición religiosa, sino en una católica y, además, provinciana en Santo Domingo de Heredia. Eso es algo que se mete por los poros. La religión es un tema que a mí siempre me ha apasionado y seguirá apasionándome porque nos confronta con nuestra propio sentido en el mundo. ¿Qué es lo que estamos haciendo aquí? ¿Para dónde vamos? ¿Nos dirige alguien, tiene sentido lo que hacemos o no, nos castigan, nos premian, hay algo más, no hay algo después de la muerte?.
Esas son preguntas entrañablemente humanas y dan origen a todo este sistema represivo, religioso, de dominación total, casi siempre en manos de sacerdotes, que además dirigen los rituales y hasta perdonan pecados en nombre de Dios. Todos estos factores revelan un profundo sentido del vacío de los seres humanos o más bien de lo que se ha llamado el horror al vacío de los seres humanos.
Desde muy joven yo fui evolucionando desde una religiosidad muy provinciana y muy apegada a las tradiciones, pasando por una especie de agnosticismo hasta un ateísmo decidido y reconfortante.
L: Para mucha mucha gente es al revés, es un alivio la fe. Además usted lo aborda como nosotros país.
ALF: Si, somos el único país en toda América y uno de los pocos en Occidente, por lo menos, que sigue siendo confesional. Esto es una aberración política e ideológica. Plantear el Estado laico en este país todavía es ofensa para muchos.
L: Tuvimos unas elecciones en las que hablar mal de La Negrita le costó la presidencia a un candidato.
Siguiendo con el tema de la arquitectura del libro, incluir ilustraciones fue un acierto.
ALF: Esas ilustraciones, esas caricaturas, se las debo a mi entrañable amiga y estudiante también, Elena Calvo. Elenita me dijo, «no importa si meto algo de humor; pero por supuesto.», le dije. Entonces tenemos las tres ilustraciones de las tres secciones y la portada. En la portada ella recoge elementos presentes en el texto. Aquí tenés las golondrinas, una que no hace verano, el cometa en la noche, la máscara, que es muy importante. Son elementitos: los dioses y sus hilos. Otra contribución que tengo que agradecer mucho es a Viviana Guerrero, quien hizo el prólogo.
L: Hablando de humor, para mí los refranes y los dichos tienen una fisga humorística, como de malicia, de complicidad.
ALF: Como “Hijo de tigre sale pintado”, es una imagen jocosa que va al grano. Otros son dramáticos: “Ni una hoja del árbol se mueve sin la voluntad de Dios”. ¡Qué tremendo problema filosófico y teológico! Para poder desentrañar eso ha corrido tinta.
L: ¡Y sangre!
ALF: Más sangre que tinta, claro. Lo importante es que son claves, son un resumen de toda una parafernalia.
L: Sobre el tema del relativismo, de las certezas, la incertidumbre…
ALF: Hemos llegado a un punto donde todo vale. Basta que yo sienta algo para que sea verdadero. Basta que a mí me parezca, que sea mi opinión, para que todos tengan que respetarla. Pero no basta. Uno tiene que justificar sus afirmaciones, su posición política. Creo que no hay ni una sola posición política respetable que implique víctimas. No puede ser. No creo en las guerras justas, por ejemplo, donde mueren inocentes.
L: Los llamados daños colaterales.
ALF: Ni esos daños no calculados. Cuando se es joven gustan las tesis relativistas porque desafían el dogma. El dogma es absoluto, es absolutista. Cuando se tiene una cierta madurez política, filosófica, es imposible sustentar un relativismo extremo, radical, porque entonces todo vale y vos podés ser víctima de tu propio relativismo. En filosofía el relativismo es muy interesante porque mete dudas acerca de grandes afirmaciones, pero cuando el relativismo se transforma en el nuevo dogma, todo vale. Entonces, ahí sí que estamos mal, porque ya no se puede hacer ninguna distinción pertinente ni en ciencias, ni en moral, ni en política. Pienso que hay muchísimos que consideran que hay personas que merecen menos solo porque tienen una condición económica o racial o étnica diferente de la suya. “Es que todas las opiniones son respetables”, nos dicen. Pero no todas las opiniones son respetables, lo siento. Aunque sean opiniones de personas que tienen un cierto plano de autoridad. Llámese el rey o la reina, el presidente, el sacerdote, el Papa.
Volviendo al relativismo, si bien es un instrumento maravilloso, es un instrumento poderoso para fracturar el dogma, si lo erijo en el lugar del dogma se convierte en otro dogma.
L: Quisiera plantearle esto: usted afirma que hay que argumentar con lógica, es decir, tenemos que aprender herramientas de lógica para argumentar. Y yo me pregunto, ¿y quienes no tienen acceso a esas herramientas cómo lo logran? La educación formal -no solo universitaria- tendría que proveer las herramientas para desarrollar esas capacidades. y hay poblaciones que no tienen acceso a esas posibilidades.
ALF: Las capacidades son parte del cerebro humano. Lo que sucede es que la educación es un arma de doble filo. La buena educación debería estar al servicio de la crítica al mismo gobierno, a las mismas estructuras de poder. En los últimos años, en nuestro país ha habido una decadencia en la promoción del pensamiento propio, reflexivo, analítico, de parte de estudiantes. Ha habido, casi me atrevería a decir, hasta una intención de que eso se borre.
Además quienes podríamos facilitar, porque hemos pasado estudiando eso muchos años, el análisis del pensamiento, del razonamiento, de la argumentación e incluso de la moral, la lógica, y la ética también, si quienes podemos, además de la crisis de la educación, lo hacemos difícil, no hay por dónde.
La educación en este momento es una sombra, una sombra en todos los sentidos posibles, una sombra encima de la inteligencia, una sombra de lo que fue. Hay una intención por borrar la capacidad crítica. Por cierto, hay una imagen muy bonita, ahora que digo crítica: crítica y crisis tienen la misma raíz, y tienen que ver, a propósito de lo que hablábamos de los instrumentos cotidianos, con una acción muy cotidiana que es el cernir. Si vas a filtrar la harina, o si vas a hacer una construcción, echás la arena en una zaranda y la movés. Eso es en griego se decía cri name, que es colar, cernir.
Una crítica es cernir la información que recibís, que ahora es monumental. Si pudiéramos tener esa especie de colador para pasarlo, estamos haciendo crítica. Pero a la vez entramos en crisis. ¿Por qué? Porque nos quedamos sin soportes.
L: Ahora sí para cerrar esta conversación, le pregunto por el final del libro cometiendo la infidencia de un spoiler: ¿por qué menciona a Juan Tenorio? Para mí es un personaje de terror.
ALF: Yo me identificaría si Juan Tenorio fuera Juana Tenorio. Más que el personaje en sí, fue lo que dijo que usé al final del libro, porque tiene que ver con cuestiones éticas.
¿Cuán largo me lo fiáis? Hay momentos en la vida que uno le dice a una persona joven, ¿cuánto te falta a vos todavía? Sobre todo pensando en todo lo que a uno le falta y la energía que todavía tiene conforme se va acercando a la vejez, como en mi caso. Ya el mi “cuán largo me lo fiáis” no es tan largo. Ya yo no puedo decir cuán largo me lo fiáis, sino ¿cuánto me falta a mí de vida? Ya soy adulta mayor, ya puedo estacionarme por lo menos con cierta comodidad. Me encanta. Pero cuánto me falta de una vida útil para mi entorno y para mí misma. 15 años. Ya no es tan largo, ya no me pueden fiar tanto. Entonces es una cuestión de finitud. Y conste: no soy ni depresiva ni una escéptica compulsiva que me trasnoche. Moriré cuando tenga que morir. Pero digamos que, como buenas ateas escépticas, podemos cerrar diciendo que no todo se puede fiar a largo plazo como pensaba uno en la juventud. Todo tiene su término.
Los refranes son pequeñas gotitas que implican una visión de mundo, no voy a decir de todo el mundo, sino de, por ejemplo, un problema moral, sobre si la libertad sí o la libertad no, sobre los dioses o Dios, sobre cómo conducirnos con los demás, que siempre son oportunos en una dirección más lógica, porque un refrán tiene que ver con lógica, para poder explicar, por ejemplo, el tremendo problema desde el punto de vista de la epistemología o de la filosofía de la ciencia, de cómo justificar una generalización, porque la ciencia trabaja con generalizaciones. Un refrán maravilloso con una imagen muy bella: “una golondrina no hace verano”. Cuando yo me asomé a estos refranes que estaban en mi infancia enseñados por otra abuelita que yo digo allí que no era mi abuela de sangre, pero sí una abuela en todo lo que significa serlo, porque vivió con nosotros más de 25 años y era una enciclopedia de refranes. A mí me llamaba la atención que siempre fuera una expresión tan sintética para decir algo. Eso estaba en el fondo del canasto, mi gusto por los refranes, por lo que implican, mi gusto por que los problemas filosóficos, aún los que parecen más complejos puedan ser comunicados. No en vano trabajé en educación durante toda mi vida profesional… que pudieran ser expresados de manera que entienda la persona que está a la escucha, que quiere aprender, que entienda que es algo que le interesa o que puede llegar a interesarle. Para usar un término más matemático, es una relación biunívoca, entre refrán y problema filosófico. A veces un refrán implica ya una postura filosófica. “El que nació para maceta del corredor no pasa”, implica un determinismo en relación con las cosas que podemos hacer para librarnos de algo que marque un destino. Ahí hay una concepción filosófica. ¿Y quién no ha dicho ese refrán? Cualquiera lo cita, sobre todo nosotras que somos refraneras. Estamos haciendo referencia a un problema filosófico que tiene que ver con el determinismo en relación con la libertad. O sea, se relativiza la libertad. Pero también hay problemas filosóficos muy duros, de una sofisticación conceptual que hacen referencia en algún momento a un refrán o que pueden ser ilustrados, pueden ser remitidos a un refrán. Por ejemplo, el dicho o imagen del pañuelo. El mundo es un pañuelo. Me gustó eso de que mi libro es una especie de biografía de mi trayecto filosófico, que yo espero esté alejadísimo, pero de verdad, alejadísimo del estilo de muchos académicos de la filosofía que son realmente sacerdotes, que predican en otro idioma, no en el que uno puede entender.
Mi profesor Roberto Murillo insistía en que más que filosofía había que apuntar al filosofar, más que a un sustantivo a una acción. Era algo más dinámico, porque desde esa perspectiva, la filosofía se construye desde la infancia con nuestras preguntas que después nos acallan. También insisto en que hay un lenguaje técnico que es inevitable, todas las profesiones lo tienen, pero no puede ser el fin. Yo no voy a dedicar mi vida a ver qué fue lo que quiso decir exactamente Kant con esto; y eso que yo estudié mucho a Kant.
L: El pianista canadiense Glenn Gould era experto en Bach y mantenía una relación de diálogo, de investigación, con su música. Creo que precisamente el libro lo que hace es entrar en diálogo permanente entre usted con usted y el lector, y los temas que la inquietan. Por ejemplo, la filosofía de la religión. A mí me costó mucho “salir del closet” en relación con mi ateísmo, y siento que aún me cruza el catolicismo.
ALF: Es cierto. Son tres secciones que me interesan mucho y fueron mi foco de atención: la filosofía de la moral, o sea, la ética, la filosofía de la religión y la filosofía de la ciencia. El tema central es precisamente el de la filosofía de la religión.
Yo igual que vos no solo me crié en una tradición religiosa, sino en una católica y, además, provinciana en Santo Domingo de Heredia. Eso es algo que se mete por los poros. La religión es un tema que a mí siempre me ha apasionado y seguirá apasionándome porque nos confronta con nuestra propio sentido en el mundo. ¿Qué es lo que estamos haciendo aquí? ¿Para dónde vamos? ¿Nos dirige alguien, tiene sentido lo que hacemos o no, nos castigan, nos premian, hay algo más, no hay algo después de la muerte?.
Esas son preguntas entrañablemente humanas y dan origen a todo este sistema represivo, religioso, de dominación total, casi siempre en manos de sacerdotes, que además dirigen los rituales y hasta perdonan pecados en nombre de Dios. Todos estos factores revelan un profundo sentido del vacío de los seres humanos o más bien de lo que se ha llamado el horror al vacío de los seres humanos.
Desde muy joven yo fui evolucionando desde una religiosidad muy provinciana y muy apegada a las tradiciones, pasando por una especie de agnosticismo hasta un ateísmo decidido y reconfortante.
L: Para mucha mucha gente es al revés, es un alivio la fe. Además usted lo aborda como nosotros país.
ALF: Si, somos el único país en toda América y uno de los pocos en Occidente, por lo menos, que sigue siendo confesional. Esto es una aberración política e ideológica. Plantear el Estado laico en este país todavía es ofensa para muchos.
L: Tuvimos unas elecciones en las que hablar mal de La Negrita le costó la presidencia a un candidato.
Siguiendo con el tema de la arquitectura del libro, incluir ilustraciones fue un acierto.
ALF: Esas ilustraciones, esas caricaturas, se las debo a mi entrañable amiga y estudiante también, Elena Calvo. Elenita me dijo, «no importa si meto algo de humor; pero por supuesto.», le dije. Entonces tenemos las tres ilustraciones de las tres secciones y la portada. En la portada ella recoge elementos presentes en el texto. Aquí tenés las golondrinas, una que no hace verano, el cometa en la noche, la máscara, que es muy importante. Son elementitos: los dioses y sus hilos. Otra contribución que tengo que agradecer mucho es a Viviana Guerrero, quien hizo el prólogo.
L: Hablando de humor, para mí los refranes y los dichos tienen una fisga humorística, como de malicia, de complicidad.
ALF: Como “Hijo de tigre sale pintado”, es una imagen jocosa que va al grano. Otros son dramáticos: “Ni una hoja del árbol se mueve sin la voluntad de Dios”. ¡Qué tremendo problema filosófico y teológico! Para poder desentrañar eso ha corrido tinta.
L: ¡Y sangre!
ALF: Más sangre que tinta, claro. Lo importante es que son claves, son un resumen de toda una parafernalia.
L: Sobre el tema del relativismo, de las certezas, la incertidumbre…
ALF: Hemos llegado a un punto donde todo vale. Basta que yo sienta algo para que sea verdadero. Basta que a mí me parezca, que sea mi opinión, para que todos tengan que respetarla. Pero no basta. Uno tiene que justificar sus afirmaciones, su posición política. Creo que no hay ni una sola posición política respetable que implique víctimas. No puede ser. No creo en las guerras justas, por ejemplo, donde mueren inocentes.
L: Los llamados daños colaterales.
ALF: Ni esos daños no calculados. Cuando se es joven gustan las tesis relativistas porque desafían el dogma. El dogma es absoluto, es absolutista. Cuando se tiene una cierta madurez política, filosófica, es imposible sustentar un relativismo extremo, radical, porque entonces todo vale y vos podés ser víctima de tu propio relativismo. En filosofía el relativismo es muy interesante porque mete dudas acerca de grandes afirmaciones, pero cuando el relativismo se transforma en el nuevo dogma, todo vale. Entonces, ahí sí que estamos mal, porque ya no se puede hacer ninguna distinción pertinente ni en ciencias, ni en moral, ni en política. Pienso que hay muchísimos que consideran que hay personas que merecen menos solo porque tienen una condición económica o racial o étnica diferente de la suya. “Es que todas las opiniones son respetables”, nos dicen. Pero no todas las opiniones son respetables, lo siento. Aunque sean opiniones de personas que tienen un cierto plano de autoridad. Llámese el rey o la reina, el presidente, el sacerdote, el Papa.
Volviendo al relativismo, si bien es un instrumento maravilloso, es un instrumento poderoso para fracturar el dogma, si lo erijo en el lugar del dogma se convierte en otro dogma.
L: Quisiera plantearle esto: usted afirma que hay que argumentar con lógica, es decir, tenemos que aprender herramientas de lógica para argumentar. Y yo me pregunto, ¿y quienes no tienen acceso a esas herramientas cómo lo logran? La educación formal -no solo universitaria- tendría que proveer las herramientas para desarrollar esas capacidades. y hay poblaciones que no tienen acceso a esas posibilidades.
ALF: Las capacidades son parte del cerebro humano. Lo que sucede es que la educación es un arma de doble filo. La buena educación debería estar al servicio de la crítica al mismo gobierno, a las mismas estructuras de poder. En los últimos años, en nuestro país ha habido una decadencia en la promoción del pensamiento propio, reflexivo, analítico, de parte de estudiantes. Ha habido, casi me atrevería a decir, hasta una intención de que eso se borre.
Además quienes podríamos facilitar, porque hemos pasado estudiando eso muchos años, el análisis del pensamiento, del razonamiento, de la argumentación e incluso de la moral, la lógica, y la ética también, si quienes podemos, además de la crisis de la educación, lo hacemos difícil, no hay por dónde.
La educación en este momento es una sombra, una sombra en todos los sentidos posibles, una sombra encima de la inteligencia, una sombra de lo que fue. Hay una intención por borrar la capacidad crítica. Por cierto, hay una imagen muy bonita, ahora que digo crítica: crítica y crisis tienen la misma raíz, y tienen que ver, a propósito de lo que hablábamos de los instrumentos cotidianos, con una acción muy cotidiana que es el cernir. Si vas a filtrar la harina, o si vas a hacer una construcción, echás la arena en una zaranda y la movés. Eso es en griego se decía cri name, que es colar, cernir.
Una crítica es cernir la información que recibís, que ahora es monumental. Si pudiéramos tener esa especie de colador para pasarlo, estamos haciendo crítica. Pero a la vez entramos en crisis. ¿Por qué? Porque nos quedamos sin soportes.
L: Ahora sí para cerrar esta conversación, le pregunto por el final del libro cometiendo la infidencia de un spoiler: ¿por qué menciona a Juan Tenorio? Para mí es un personaje de terror.
ALF: Yo me identificaría si Juan Tenorio fuera Juana Tenorio. Más que el personaje en sí, fue lo que dijo que usé al final del libro, porque tiene que ver con cuestiones éticas.
¿Cuán largo me lo fiáis? Hay momentos en la vida que uno le dice a una persona joven, ¿cuánto te falta a vos todavía? Sobre todo pensando en todo lo que a uno le falta y la energía que todavía tiene conforme se va acercando a la vejez, como en mi caso. Ya el mi “cuán largo me lo fiáis” no es tan largo. Ya yo no puedo decir cuán largo me lo fiáis, sino ¿cuánto me falta a mí de vida? Ya soy adulta mayor, ya puedo estacionarme por lo menos con cierta comodidad. Me encanta. Pero cuánto me falta de una vida útil para mi entorno y para mí misma. 15 años. Ya no es tan largo, ya no me pueden fiar tanto. Entonces es una cuestión de finitud. Y conste: no soy ni depresiva ni una escéptica compulsiva que me trasnoche. Moriré cuando tenga que morir. Pero digamos que, como buenas ateas escépticas, podemos cerrar diciendo que no todo se puede fiar a largo plazo como pensaba uno en la juventud. Todo tiene su término.