Entre los años 1967 y 1979, las empresas transnacionales bananeras que operaron en territorio costarricense hicieron uso indiscriminado del nematicida altamente tóxico dibromo-cloropropano (más conocido por su nombre comercial como nemagón), exponiendo a trabajadores y trabajadoras a gravísimas afecciones de salud.
Una de la más comunes y severas consecuencias del contacto con el agroquímico es la esterilidad masculina, pero también se ha confirmado su incidencia en otros problemas de salud como cáncer, alergias de piel, daño degenerativo testicular, deformaciones del feto y abortos, entre otros.
Se ha realizado en el país diversas investigaciones que confirman la malignidad de ese producto, prohibido en Estados Unidos y otros países desde mucho antes de ser aplicado por las compañías bananeras en Costa Rica, Centroamérica y otros países latinoamericanos.
Sin embargo, no es sino hasta muy recientemente que una obra literaria recopila las dimensiones del sufrimiento físico y emocional experimentado por las víctimas.
“Donde nadie”, novela del escritor Carlos Villalobos, penetra con profundidad y empatía en las vidas destrozadas de humildes trabajadores y sus familias, al tiempo que denuncia la fría indiferencia de las autoridades del Estado costarricense, que prefirieron mirar hacia otra parte que pedir cuentas y exigir reparaciones a las poderosas compañías bananeras.
La obra obtuvo el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en la rama de novela 2024, compartido con “Una mujer insignificante” de Catalina Murillo.
Donde nadie es una novela construida con retazos. Retazos de crueldad, de dolor, de indignación. Su estructura es coherente con esa fragmentación espantosa en que acabó la vida de centenares de personas literalmente bombardeadas a diario con un veneno cuya letalidad desconocían. El veneno lo esparcían desde aeronaves sobre las plantaciones, afectando viviendas, escuelas, comercios, fuentes de agua y todo lo que estuviera en los contornos.
Un narrador que se medio esboza tras el nombre Manuel (el autor se llama Carlos Manuel Villalobos) conversa con doña Berta, una madre que condensa la memoria de un pueblo real-imaginario llamado San Toribio el Humo, ubicado en cualquier parte donde hayan hundido su raíz de muerte las transnacionales bananeras.
“Santo Toribio el Humo existe donde nadie sabe. Queda en un lugar donde antes por lo menos había ilusión. Ahora, aunque haga sol es un sitio con las manos frías. Alguna vez fue una finca de banano en el Caribe o en un valle que talaron cerca del Pacífico. Ahora mismo es un paredón de fusilamiento, una fuente de la eterna senectud a donde llegan a tomar agua los inocentes. Santo Toribio el Humo tal vez existe en una palabra que nadie nombra, pero es seguro que aún existe en algún lugar de Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Colombia, Ecuador y también en Filipinas”, nos ilustra el relato.
La novela nos cuenta de la larga e infructuosa lucha de los afectados por lograr una indemnización que al menos atenuara un poco su sufrimiento, así como de las burlas y evasivas de las empresas gringas, amparadas en su poder económico y en el servilismo de los gobiernos nacionales, que no movieron un dedo en favor de las víctimas.
Nos deja claro, también, cómo la prensa sepultó bajo una densa capa de silencio el perjuicio causado a cientos, si no a miles de costarricenses, así como las demandas planteadas por las comunidades afectadas a las empresas y al gobierno.
En general, la historia está escrita en un lenguaje coloquial que propicia un ambiente de intimidad familiar, pero la prosa con frecuencia se interrumpe para dar espacio a la voz del poeta que nos obsequia imágenes intensas y desgarradoras.
He aquí uno de los poemas: “El agua de aquí es un cadáver que huele a grito. Mira su pelambre de sarna en la cintura. Mira cómo duele de sed en el fondo de los baldes. Es un fantasma con dientes tóxicos que muerde a todos por igual. El agua de aquí es una bestia con demonio adentro que nadie puede exorcizar. Cualquiera que tome de este cáliz morirá”.
O este otro: “No son aviones. Son bestias adictas a los caldos de la muerte. Yonquis que vomitan desde el aire. Buitres borrachos que le escupen a la tumba de los vivos. No son aviones. Son cometas que orinan pesticidas en el pelo de los niños”.
Además del Premio Nacional Aquileo J. Echeverría, Donde nadie fue finalista del Premio XXVI de novela Ciudad de Salamanca en el 2022 y ganadora del V Premio Internacional “Diario Jaén” de Novela Corta en 2023.

Y que este individuo, además de esa enorme responsabilidad estatal, viva atormentado ante su incapacidad de expresarle su amor a una chica de ciudad a quien ha encontrado ocasionalmente en la plaza de Tiannamén y ante la cual no logra dar el paso y mostrarle su corazón.
Y como si lo anterior fuera poco, que un poco más allá o más acá, un patólogo decida apropiarse del cerebro del físico Albert Einstein para investigar e intentar determinar aquel componente tan especial que diferenciaba a aquel cerebro del resto de los de su época y que le permitió a su portador haber cambiado tan diametralmente el pensamiento de la humanidad sobre conceptos tan relevantes como el tiempo, la muerte y la energía misma.
Pues todo eso y mucho más encontrará el lector que se asome a las páginas del más reciente libro de relatos del poeta y narrador costarricense Guillermo Fernández, titulado “Los misterios del universo”. Se trata de un conjunto de siete relatos de este autor, reunidos en un volumen que circula actualmente en nuestro medio bajo el sello de Uruk editores.
Los personajes en este conjunto de relatos se mueven entre la grandeza de sus misiones sociales y la simpleza de sus búsquedas personales, entre la contradicción y la obligación, entre el deber y el compromiso, espoliados por el temor a fallar que se convierte en su tormento. Son seres que viven vidas que no escogieron, pero que a su vez encapsulan sueños y fantasías que vamos conociendo gracias al incisivo discurso de una voz narrativa que se transforma y por momentos es protagonista, para volverse testigo y devenir omnisciente cuando es necesario. La voz narrativa varía entre un relato y otro según sea la naturaleza de la historia. De esta forma se generan distanciamiento y proximidad a la vez, permitiendo con ello siempre otorgar vida propia a los múltiples personajes que componen estos siete relatos y, con ello, entregándonos historias que aun cuando no necesariamente sean verdaderas o reales -si es que la realidad puede describirse y explicarse-, no nos queda duda de su verosimilitud.
El título del libro -y el de uno de los relatos que lo componen- de pronto se nos aparece como una metáfora que intentamos explicarnos cuando hemos leído la totalidad de las historias y comprendido que es la ficción narrativa la única respuesta posible que podemos ofrecer en torno a los misterios del universo. Porque es precisamente en la coherencia que permite la fantasía, en nuestra capacidad de imaginar, donde reside la esencia de la vida misma. Lo biológico, lo natural, lo ambiental aparecen como elementos de un agotamiento que resulta ajeno a la verdadera esencia del misterio que se aloja en la imaginación, una imaginación que persiste y sobrevive, más allá de la circunstancialidad.
Los escenarios mismos donde ocurren buena parte de los relatos de este libro son la muestra más clara de que es gracias a la imaginación que podemos construir universos verosímiles. De esa manera recorremos casi congelados como sus personajes la ciudad de Moscú, bajo una fría noche invernal, pero también sentimos el aroma de la naturaleza que reverdece en la primavera China que envuelve la plaza de Tiannamén, y nos mojamos al bajarnos de un taxi con la lluvia que cae una oscura mañana invernal en Roma, donde un pintor de poca monta enfrenta sus búsquedas atormentadas del sentido de la vida, mientras apura un espresso en un cafetín en cual creemos haber estado alguna vez, sin haber siquiera visitado Roma en toda nuestra vida y asumimos que tampoco el autor del libro.
Son universos que el autor construye y dentro de los cuales presenta personajes, escenarios y acciones de una rica variedad e intensidad dramática, prestando voz y con ello otorgando mayor realismo a aquellas galerías de personajes, en los cuales creemos reconocernos subrepticiamente cuando hablan de sus vidas, o simplemente nos permiten asomarnos a sus miradas para espejearnos en su interior.
Un hito en nuestra narrativa es este libro, con una temática universal cargada de sensibles valores filosóficos, que ocurren en escenarios de una elegante y bien construida diversidad, donde igual se atraviesan las estepas rusas con los dientes apretados y el frío hasta la médula, como nos adentramos por los senderos tropicales, agotadoramente húmedos del Cerro Zurquí. lEn ese sitio un grupo de familiares y baquianos buscan infructuosamente a un individuo que desapareció en aquella espesura de un día para otro sin dejar rastros. Un individuo que además rodeado de un gran misterio y conjeturas sobre su desaparición, se ha convertido en un ejemplo a seguir, pues recientemente los diarios anuncian un creciente número de personas desaparecidas entre la población, que han sido vistas por
última vez adentrándose en aquella trampa verde del Zurquí que los engulle hasta hacerlos desaparecer, porque no dejan rastros.
El libro no ofrece soluciones, solo presenta situaciones, el lector es exigido a participar del proceso activo de la lectura si desea llegar a conclusiones o formularse hipótesis sobre la naturaleza de los acontecimientos que ocurren frente a sus ojos en el discurso narrativo.
Hermoso libro, de un estilo ameno donde se combinan la intriga, el misterio y la conjetura, creando tensión y curiosidad sobre el desarrollo de las historias con lo cual nuestro autor alcanza un gran nivel de madurez, al convertirse en un exquisito contador de historias.
Víctor Hugo Fernández, Estudió Literatura Comparada en La Universidad del estado de Pensilvania, Estados Unidos. Es poeta, narrador, comentarista de temas culturales y literarios en revistas y blogs digitales.
Fomentar el amor por los libros es clave para el desarrollo intelectual y emocional, ya que la lectura no solo amplía nuestro conocimiento, sino que también nos permite conectar con diferentes perspectivas y emociones.