pero sigo escribiendo, afirma el escritor nicaragüense Sergio Ramírez Mercado, quien vive refugiado en España tras las amenazas represivas del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
El Premio Cervantes 2017 habló con Lectomanía.net sobre su novela “Tongolele no sabía bailar”, la última pieza de una trilogía policial que tiene como protagonista al inspector Dolores Morales, un viejo ex militante sandinista que se ha desencantado de los frutos amargos de la revolución y que, aún sin buscarlo, choca frecuentemente con la estructura represiva del régimen.
Ramírez, premio Cervantes 2017, nos abre una ventana a la intimidad de sus personajes y nos revela el delicado equilibrio con que construyó esa historia llena de aventura y política, humor y tragedia. También conversó sobre su exilio en España y sus planes para el futuro.

En América Latina -nos dice- la novela negra rompe los presupuestos tradicionales en términos anglosajones. En Europa hay un sistema judicial que funciona, hay garantías procesales y cuerpos policiales que trabajan con independencia. En nuestra región, ocurre con frecuencia que ninguna regla está escrita o las reglas escritas no son respetadas. Por eso, la novela negra es diferente: se tiñe de realidad política, de corrupción, de narcotráfico.
Lectomanía: Su última novela, “Tongolele no sabía bailar”, ¿podría definirse como una recreación literaria de los hechos de violenta represión que se dieron en Nicaragua durante las protestas populares de 2018?
SRM: Es una novela con personajes ficticios, con situaciones creadas por la imaginación que una novela demanda y que incorpora hechos que empalman la imaginación con la realidad. En la medida en que los personajes de la novela son contemporáneos, no puede eludir estos acontecimientos que son parte de la vida real, cotidiana, y que al alterar la vida real la vuelven aún más novelesca.
Estos hechos, con la relevancia que tuvieron en la historia, pareciera que fueron inventados. El hecho de que incendien una casa donde hay niños y mujeres y mueran todas las personas como consecuencia de ese incendio; una iglesia que es atacada con saldo de decenas de muertos, parecerían hechos de la imaginación. Muchas veces, cuando se tiene que lidiar con la realidad en América Latina, hay que rebajar los hechos para que no aparezcan demasiado exagerados. Yo creo que la realidad es más exagerada que la propia imaginación.
Lectomanía: Decía Alberto Cañas que novelar un hecho histórico muy reciente y de gran trascendencia es una empresa riesgosa para el escritor porque se requiere de una cierta distancia emocional. ¿Cómo ha sido para usted esa experiencia?
SRM: Es cierto, desde que se publicó esta novela, he repetido que hay un riesgo muy grande, porque los hechos recientes tienen esta cualidad emocional, uno está comprometido con los hechos, y podría creerse que si uno los incorpora en una novela es para denunciarlos. Yo soy enemigo de las novelas de denuncia porque terminan no funcionando. Hay que meditar mucho sobre los hechos recientes e incorporarlos únicamente cuando, como en este caso, la novela lo demanda como una necesidad. Quiero decir con esto que, si voy a narrar acontecimientos contemporáneos de Nicaragua en el año 2018, evadir esos hechos sería ficcioso, no sería compatible con la congruencia que una novela debe tener.
¿Cómo voy a construir un personaje como el inspector Dolores Morales que está ahí investigando un crimen, mientras afuera están matando a la gente, están asaltando una iglesia, incendiando una fábrica de colchones, han muerto cuatrocientos jóvenes en las calles? ¿Y la novela no dice nada de esto? Tendría que estarse desarrollando en Marte o en las Antípodas de Nicaragua.
Lectomanía: Dentro de esa lógica, ¿cómo logra manejar los límites entre ficción y realidad ante acontecimientos tan dramáticos como los que vive actualmente Nicaragua?
SRM: Eso depende del método para estructurar la novela. Para mí, el método más eficaz es tomar distancia de esos acontecimientos. En primer lugar, no emplear ningún lenguaje retórico, dejar que los hechos hablen por sí mismos. No comentar. Me parece que cuando el novelista comenta se enreda, rebaja los hechos y distrae al lector.
Si yo narro unos hechos de represión que se están dando en Nicaragua, esos hechos podrían estarse dando igualmente en Argentina, en Francia u Holanda, donde vayan a leer este libro. El lector debe estar compenetrado con algo que es posible, no algo que esté sucediendo en un lejano país tropical gobernado por un tirano. Eso es lo primero, dejar que los hechos se desarrollen y que tengan su propio peso, quitarle cualquier envoltura retórica y cualquier intención de convertir la novela en un instrumento de denuncia política.
Lectomanía: Pero los hechos son dramáticos y a usted lo tocan personalmente. Y la retórica es una herramienta de la cual usted hace uso y de una manera extraordinaria. Entonces, la retórica siempre va a estar presente, al igual que sus emociones.
Yo creo que un novelista debe trabajar como un cirujano, que tiene en sus manos un cuerpo humano (nada más preciado que un cuerpo humano). Está realizando una operación difícil y este paciente se muere en la operación. Si el cirujano se pusiera a llorar cada vez que le pasa esto, no podría seguir adelante con su profesión. Parecería que no es posible la frialdad al escribir una novela, pero la emoción está en las palabras, en la narración misma, yo tengo que abstenerme de cargar la narración de un tono sentimental y tratar los hechos de la manera más profesional posible, como lo haría un periodista que no se compromete con esos hechos. Si lo que ocurrió tiene fuerza para conmover al lector, esa es otra cosa.
Lectomanía: ¿Por qué eligió el género policial para contar esta historia?
SRM: Por lo mismo que hablábamos anteriormente. Veamos. Si yo me propongo escribir una novela sobre los hechos de abril de 2018 en Nicaragua, ya desde ese momento me estoy creando una dificultad muy grande, porque voy a enfrentar una novela sobre esos hechos y entonces tengo que remar para atrás. Tengo que ir buscando cómo estos hechos no se tomen toda la novela, porque entonces sí estoy revelando un propósito político.
El método policiaco es para llegar ahí porque los personajes de esta trilogía (“El cielo llora por mí”, “Ya nadie llora por mí” y “Tongolele no sabía bailar”) no son políticos. ¿Quién es el inspector Morales? Es un hombre desencantado de la revolución, pero no un activista. No es alguien que esté en las trincheras, diciendo discursos contra Ortega, sino que él está viendo el mundo con desencanto, con nostalgia, no le gusta lo que está pasando pero no es un activista.
El y los personajes que lo rodean tienen una visión lateral, que es la que me permite a mí entrar en los hechos de esa misma manera, y dejar la carga del discurso político a otros personajes, que no son los centrales. En este caso vienen a ser los curas que aparecen en la novela, tanto monseñor Ortez como el párroco de la iglesia de la Divina Providencia, el padre Pancho, que son los que se encargan de darle este peso político a la novela desde su propia posición.
Lectomanía: Esta es su tercera incursión en la novela negra. ¿Qué es lo que le apasiona de este género?
SRM: No me apasiona la entretención, entretenerme yo mismo poniéndole un acertijo al lector sobre dónde está el asesino. Para mí, la novela negra en América Latina sufre un proceso de transformación, rompe los presupuestos tradicionales de la novela negra, concebida en términos anglosajones, porque en esta región ninguna regla está escrita o las reglas escritas no son respetadas.
Acá todo se vuelve sensible. Yo no puedo partir de aparatos judiciales confiables, de la separación de las órdenes políticas del orden judicial; no puedo partir de que los jueces, los fiscales no reciben instrucciones políticas de quien tiene el mando. En la novela anglosajona ese es un presupuesto, hay jueces independientes, los términos judiciales se cumplen, un detenido no puede estar más de 48 horas antes de ser pasado a los jueces naturales. Tiene que ser interrogado en presencia de su abogado, tiene derecho a una llamada, a que se le lean sus derechos, a saber que todo lo que dice puede ser usado en su contra, como lo vemos en las películas.
Eso en Nicaragua y, en general, en América Latina, no existe. Un prisionero es capturado con violencia, metido en una cárcel, lo interrogarán cuando les de la gana, lo levantarán a medianoche para interrogarlo, lo torturarán, lo llevarán al juez cuando les de la gana o no lo llevarán nunca. Los juicios en vez de celebrarlos en una sala de audiencia pública en presencia de la prensa, de los abogados, de los familiares, los celebran en las celdas de detención.
Todo esto que narro es lo que ocurre en Nicaragua: la ruptura de la norma que hace posible la novela negra tradicional. Yo no cuento con esas reglas y por lo tanto tengo que explorar un mundo completamente distinto del que me ofrece la novela negra. Entonces, es otro tipo de terreno en el que la novela negra se tiñe de realidad política, que entra en la investigación: ya no solo, digamos, la represión tipo Ortega o el arbitrio del poder sino la corrupción, el narcotráfico, el crimen organizado. Todo eso está de por medio en la novela negra latinoamericana.
Lectomanía: Hablando en términos estrictamente técnicos, ¿cuáles son los instrumentos fundamentales para el buen manejo del género policial?
SRM: El fundamental es saber administrar la información. El único que tiene la información completa de lo que va a pasar es el escritor. Lo que yo le voy pasando al lector son piezas de un rompecabezas, que es la novela. Entonces la habilidad consiste en elegir las piezas que voy suministrando al lector para que vaya armando el cuadro. No le puedo suministrar piezas claves, porque si él ya sabe lo que va a pasar, ¿para qué va seguir? Se trata de administrar la información y armar el relato de manera de conservar los secretos que deben ser conservados hasta el final y no dejar que el lector se vaya antes de haber terminado el libro.
Lectomanía: Es interesante su planteamiento, porque implica que las reglas de la narrativa no pueden ser universales, sino que están determinadas por la realidad en que se desarrolla el relato.
SRM: Así es. En esta novela, Tongolele no sabía bailar, no hay que perder de vista que al fin y al cabo es una novela sobre el poder, escrita con método policial. No se trata de descubrir que el malo de la película es Tongolele, ya sabemos que los es. Lo que él no sabe es que le están serruchando el piso, lo que no sabe es que va a terminar siendo la víctima, porque la trama del poder es necesariamente así. Todo el mundo desconfía de todo el mundo y no hay sobrevivientes. Este es el verdadero misterio que hay que dejar para el final de la novela.
Lectomanía: En “Tongolele no sabía bailar” se nos revelan con facilidad varios personajes de la vida política de Nicaragua. Sin embargo, hay otros que no nos resultan tan familiares. ¿Todos los personajes principales tienen un referente en la vida real o hay algunos que son totalmente ficticios?
SRM: Sí, todos tienen un referente en la vida real. Hay un referente para el viejo contrarrevolucionario que es llamado a dirigir el operativo, es alguien que ha pasado por todas las experiencias políticas. Ha sido héroe de la revolución, luego contrarrevolucionario y es llamado también para dirigir esta represión; Tongolele es el típico agente de inteligencia, etc. En fin, cada uno de estos personajes tienen su molde en la realidad.
Lectomanía: Tongolele, en particular, es un personaje muy interesante. Como jefe de los servicios secretos del régimen es un represor despiadado, pero pueden apreciarse en él algunos detalles que lo hacen humano, pese a todo. Tiene una relación sentimental, a su modo cuida de su madre, y en ocasiones uno siente que, en parte, su brutalidad es un mecanismo de sobrevivencia.
SRM: Yo creo que las novelas fallidas, que no cumplen su propósito, son aquellas en que todo es blanco y negro. El que es malo es malo y el que es bueno es bueno, hay héroes y villanos. Pero la vida no es así, los seres humanos no somos así, todos tenemos de ángeles y de demonios, aunque algunos tengan más de demonios que de ángeles. Siempre hay una mezcla. Por lo tanto, el trabajo del novelista es sacarle las aristas a esa mezcla, pulir al personaje de manera que puedan brillar esas distintas capas de barniz que tiene. Son personajes contradictorios que, además, están atrapados en una maquinaria de poder que es implacable, que muele, porque esa maquinaria siempre está requiriendo más poder, no importa quién sea el sacrificado.
Lectomanía: Hay dos personajes principales que transitan a lo largo de la historia. Su presencia se presiente a cada paso, pero nunca aparecen ni se nombran: Daniel Ortega y Rosario Murillo. ¿Por qué esa presencia tácita?
SRM: Es que yo no pretendo escribir una novela por estos dos personajes. Están ahí pero están ausentes. Es la única manera de que pueden estar en una novela. Yo creo que si me metiera escribir una novela sobre estos dos personajes o la echo a perder o tendría que hacer otro tipo de novela. Esta es, más bien, una novela sobre los personajes que se encuentran bajo el poder absoluto, sean inocentes o culpables. Lo que más me ha fascinado a mí del poder es esto: cómo el poder cambia el destino de las personas cuando están colocadas bajo esta sombra, quiera o no quieran. El tirano o la tirana en esta novela no es de interés.
Lectomanía: Nos parece que la historia camina de la mano de personajes populares, a pesar de todo el trasfondo político y de que el poder siempre está ahí presente. Son esos personajes los que llevan adelante la historia y son personajes muy bien construidos.
SRM: Creo que también el uso del humor es muy importante. Una manera de no comprometerse con la política y de no volverla patética es que los mismos personajes se distancian de los hechos a través del humor negro y aún la más dramática de las situaciones la ven con cierto aire festivo. Pero es una gran dificultad resolver el no ofender la tesitura dramática con lo festivo, porque se puede caer en eso y acabar burlándose de situaciones de represión que son terribles. Este equilibrio entre el drama y el humor está en la esencia de la literatura. Hay que leer a Shakespeare para darse cuenta de ese equilibrio constante.
Lectomanía: El mismo nombre de la novela, con ese apodo tan particular de un personaje (Tongolele) tiene ese aspecto humorístico…
RSM: Eso es algo muy característico de Nicaragua y de los demás países centroamericanos, donde no hay quién no tenga un apodo, desde niño o desde la juventud. Existen los apodos más estrafalarios, algunos incluso son surrealistas, pero dan mucha risa por eso mismo, porque apuntan a descubrir un rasgo físico o de carácter, muchas veces resumido en una sola palabra. Es un verdadero arte el de poner apodos. Un tío mío, que era músico en Masatepe, era un maestro en este arte de poner apodos. Entonces, este apodo de Tongolele pudo haber sido puesto por alguno de ellos, por mi tío incluso.
Lectomanía: Hay en la novela un elemento que se toca y está muy imbuido en toda la trama, que es la magia. Es una relación entre política y hechicería.
SRM: Eso no se ha inventado en Nicaragua, es una tradición centroamericana y latinoamericana. En El Salvador, el general Maximiliano Hernández Martínez, quien gobernó en los años 30, daba conferencias radiofónicas todos los miércoles a las seis de la tarde y hablaba sobre los viajes astrales, los desprendimientos del cuerpo, y contaba como podía volar por los planos astrales, hacer visitas y hablar con amigos. Cuando vino una peste de escarlatina en San Salvador, mandó a cubrir todos los faros del alumbrado público con papeles de colores (azules, verdes, rojos) porque decía que era la mejor manera de neutralizar la enfermedad. Este señor esotérico, brujo, que manejaba el péndulo para descubrir el agua subterránea, no tuvo empacho en mandar a matar a 30.000 indígenas en la masacre de Izalco.
En Buenos Aires, la presidenta Isabel Martínez tenía de consejero a López Rega, que era un brujo, que le echaba las cartas del Tarot todas las mañanas para ver cómo iba a tomar las decisiones de gobierno. Y al tiempo que ejercía de brujo, dirigía la Triple A que era una banda de asesinos, amparados al poder político.
No es extraño que en Nicaragua hay un régimen en el que la mano de Fátima presida las reuniones de gobierno detrás de la cabeza del presidente de la República. No un escudo de armas, sino la mano de Fátima. O que la ciudad esté poblada de árboles de la vida, un país tropical donde no se siembran árboles maderables, sino árboles de hierro porque protegen del mal de ojo. Todos estos son préstamos que la realidad le hace a la ficción.
Lectomanía: Se dice que, en su literatura, los griegos abordaron ya todos los temas esenciales a la condición humana. No obstante, a lo largo de los milenios, los escritores vuelven una y otra vez sobre esos mismos temas y, cuando el escritor es bueno, logra que sus lectores lean sus historias como si se tratara de algo nuevo y asombroso. ¿Cuál es el truco?
SRM: Claro, desde Homero, los temas de la literatura no han cambiado. ¿Cuáles son esos temas en la Ilíada y la Odisea? El amor, las luchas de poder entre los aqueos y los troyanos, la locura, la muerte y todos sus contrarios. Y también el humor. Cuando yo hablo de estos toques de humor que a mí me parecen tan importantes, siempre me acuerdo de que la madre de Aquiles quiere sustraerle de la guerra disfrazándolo de mujer. Es un pasaje muy divertido. Y este puente se tiende desde la literatura clásica de Homero y Sófocles, hasta el teatro isabelino. Shakespeare lo retoma. ¿Qué es Macbeth sino una exploración terrible sobre el poder; una mujer que incita a su marido al crimen porque ella quiere tener poder? Eso nos resulta muy familiar, aún en el contexto cercano de Centroamérica.
Lo único que cambia con el tiempo alrededor de estos temas eternos es el lenguaje y la estructura del relato. Sí, vamos a contar siempre lo mismo, eso es inevitable, en la medida en que las pasiones humanas, que nosotros identificamos dentro de nosotros mismos, van a seguir inalterables. Podemos vivir en una sociedad cibernética, podemos aprender mucho de neuropsiquiatría, pero las pasiones seguirán siendo las mismas. La humanidad puede avanzar en términos tecnológicos y científicos pero el alma humana no se va a mover de sus estancias tradicionales.
Por eso es que entendemos a Homero, a Sófocles o a Shakespeare o a un Pérez Galdós que nos están hablando de los mismos temas en distintos lenguajes.
Lectomanía: Pasando a un tema más personal, en alguna parte leímos que cuando usted era muy joven en su pueblo natal trabajó manejando los proyectores de un cine y eso le dio un contacto muy intenso con la imagen cinematográfica. ¿Cuánta influencia tuvo usted del cine en su vocación literaria?
SRM: Muchísima, porque la manera de ver cuando escribo es a través de la imagen. O sea, yo no veo una frase en mi cabeza, sino una imagen. Cuando yo escribí “Sombras nada más” la imagen que tuve fue la de un hombre que va caminando por la playa, que va chapoteando, que se cae, que se levanta mientras unos guerrilleros vienen persiguiéndolo. Lo podía ver en primer plano, en plano medio, desde una cámara atrás o en una toma desde helicóptero. El asunto es transferir las imágenes a las palabras. El cine te enseña a ver en su lenguaje.
En las casetas de cine que había antes (ahora transmiten en streaming a las salas de cine) había tres ventanillas, uno para cada aparato de 35 milímetros y una ventanilla para el operador, quien tenía que estar viendo constantemente la proyección, vigilando que no se desenfocara, que no se rompiera la cinta, que no se quemara, que el sonido no se desajustara. Si se reventaba la película tenía que bajar el rollo, llevarlo a una mesa, cortar, pegar con acetato, devolver el rollo, echar a andar el aparato y que la proyección no se interrumpiera más de 30 segundos o un minuto. Por eso es que yo veía la película dos o tres veces o cuantas veces se pasara. Esa experiencia visual para mí fue determinante, porque empezó a mis doce años.
Lectomanía: ¿Cuáles son sus planes para el futuro? ¿Va a permanecer en España indefinidamente?
SRM: Sí, nos vamos a quedar en España. Ahora en setiembre tengo que estar en la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, porque voy todo el otoño como profesor visitante. Entonces me quedaré ahí hasta diciembre.
Yo me siento bien en España, es un buen centro de irradiación cultural. He viajado mucho internamente para conferencias y presentaciones, me he familiarizado mucho con las distintas localidades. Y, bueno, es una vida distinta a la que yo tenía en Nicaragua, pero es una vida alterna que hay que asumirla como viene. Lo importante para un escritor no es tanto dónde vive, sino si escribe o no escribe. Si el exilio para mí fuera quitarme la escritura, yo estaría desahuciado. Claro que preferiría escribir desde Nicaragua, pero eso no quiere decir que no vaya a escribir.
Lectomanía: ¿Algún proyecto nuevo?
SRM: Sí, va a salir ahora, en setiembre, un nuevo libro de cuentos que se llama “Ese día cayó en domingo”, que publicará la editorial Alfaguara.