
Así se expresa Emilia Macaya Trejos, una de las dos ganadoras del Premio Nacional de Novela Aquileo J. Echeverría 2021, con su novela “Más allá del río”, una obra que, eludiendo las etiquetas, transita por los carriles de lo histórico, lo detectivesco y lo maravilloso, sin pertenecer del todo a ninguno de estos subgéneros.
Filóloga, historiadora y galardonada autora costarricense, Macaya nos habla en esta entrevista con Lectomanía de los trasfondos, los personajes y la construcción de esta su última novela con la abundancia y la profundidad de una educadora vitalicia.
Y también nos habla de sus desvelos existenciales: la guerra, que define como la peor desgracia de la Humanidad, y el maltrato a las mujeres que es “una sangrante guerra de todos los días”, de la que casi no se habla aunque produce incontables víctimas.
Más allá del río, la novela
Mariquita, una distinguida dama josefina en su edad madura, acaba de enviudar y siente que ha llegado el momento de despejar la incógnita que la ha obsesionado durante muchos años. ¿Por qué el general José María Cañas, héroe de la guerra nacional contra la invasión filibustera -y su discreto amante- fue fusilado a pesar de que el gobierno le había concedido el perdón?
Para despejar la duda contrata a quien ahora definiríamos como detective privado, Julio Espada, un personaje con un pasado inconfesable, que acepta el trabajo y empeña toda su pericia en descubrir la verdad. Para ello entrevista a muchas personas, incluida Azucena, la protegida de Mariquita, quien a su vez es depositaria de un doloroso secreto.
Estos tres personajes tejen el nudo de una historia que nos seduce e invita a cuestionarnos sobre temas trascendentes, como el sentido de la vida y nuestro paso por el mundo.
Lectomanía: ¿Más allá del río es una novela histórica, una novela negra, o la historia de dos mujeres que tienen asuntos pendientes con su pasado?
Emilia Macaya: Es difícil escapar a las etiquetas. Lo que yo he tratado de hacer es moverme en múltiples terrenos, para que si me van a etiquetar tengan que ponerme un despliegue de etiquetas. Etiquetar -y eso lo sabe muy bien la crítica literaria que fui durante muchísimos años- es quitarle el movimiento a la vida para decir que somos una sola cosa cuando somos mil.
Yo a eso le tengo mucho temor porque, si hay algo bonito en el existir es la matización. Matizar, en primera en instancia, implica renunciar a la mirada propia para también contemplar la mirada de la otra persona. Eso es importantísimo, esa relación yo-tú y, en literatura, es todavía más importante porque estamos hablando para ese tú.
Así que por ahí va toda esa resistencia a ser encasillada: múltiples estilos y lenguajes, múltiples escenas, para de alguna manera intentar reproducir la riqueza de la vida. La vida no es etiquetable, es vivible en su devenir. Como en el río de Heráclito, nunca nos bañamos con la misma palabra, nunca somos las mismas personas, nunca nos enfrentamos a los mismos otros y otras y nunca vivimos las mismas cosas.
Ahora bien, respondiendo a tu pregunta, yo añadiría que “Más allá del río” es la historia de dos mujeres y un hombre que libran un pulso con la vida.
Muchas personas me han reclamado que no soluciono el problema del destino del general Cañas, y yo allí (en la novela) lo digo muy claramente: es más provechoso asumir la vida que solucionar la incógnita.
Eso es lo que tiene que hacer Espada. Y es lo que tiene que hacer Mariquita: ella está en un momento de la vida en la que -como decía mi madre- “una ya va viendo la boletería”. Es la edad en la que nos preguntamos qué ha significado nuestro paso por el mundo.
Yo leí muchísimo a “doña Simona”, una gran amiga (se refiere a Simone de Beauvoir) y para ella es fundamental, como para los existencialistas, definir para qué hemos pasado por esta existencia. ¿Qué hemos logrado? Y esto no para que lo conozca el mundo sino para estar en paz con nosotros mismos y nosotras mismas.
En eso están esas dos mujeres. Una (Azucena) de manera más sangrante, al final entendemos por qué, y otra (Mariquita) de una manera más existencial. Acaba de quedar viuda, ya ve que la boletería está cerca en esa función final que es la muerte y se dice: “tengo familia, tengo casa, mantuve una herencia, pero ¿qué he logrado en mi vida para satisfacción de mí misma?
Así que yo creo que son tres destinos allí los que se juegan como una apuesta frente a la vida y cada uno tiene un desenlace diferente, más o menos previsible.
Hay detalles de esta historia que sorprenden porque no son del conocimiento general. Por ejemplo, la relación sentimental de Mariquita (María Peralta, esposa de Manuel José Carazo) con José María Cañas.
Eso sale de chismes de la época, de historias de mujeres, de las historias familiares en la San José de los cafetaleros de esa época. Según se dice, el general Cañas era una persona tan encantadora que no había mujer que se resistiera a sus encantos.
Me interesó mucho descubrir cómo las relaciones amorosas y eróticas en la San José de 1870 eran muy diferentes a las de 1850. Hay en la Antología de Viajeros, que recopila Ricardo Fernández Guardia, el comentario de un viajero inglés acerca de un crimen pasional en Guatemala. Como suele suceder en esos casos, el marido que se encuentra a la pareja en el lecho y en el hecho, como dicen, la mató a ella. Y comenta el viajero: si eso hubiera pasado en San José de Costa Rica, esposo y esposa se lo hubieran contado y se hubieran reído juntos.
En efecto, eso también lo llega a comprobar usted metiéndose en las historias de familia. Eso (las relaciones extramaritales) se permitía dentro de la oligarquía, pero era imperdonable que un miembro de la clase (hombre o mujer) entrara en amores con “orilleros”, un término despectivo que se usaba para denominar a todos los que estaban fuera de la élite.
Los permisos eran amplísimos, a lo que no había derecho era a poner en riesgo la patria potestad. Si un señor decía que una hija o un hijo era suyo, nadie tenía derecho a poner eso en duda.
Es algo interesantísimo el funcionamiento amoroso-erótico de las sociedades. Ahí se encuentra respuestas a cosas que no tendrían solución si dejamos de lado ese aspecto.
Es interesante porque uno supone que en una sociedad tan patriarcal, los hombres tendrían todas las licencias para la infidelidad, no así las mujeres.
Como ya dije, hubo un gran cambio en Costa Rica de 1850 a 1870, en los permisos que se daba la clase alta en cuanto a costumbres amorosas. “No pregunte usted y no pregunto yo y lo importante es que mantengamos una familia legítima”. Y una familia legítima es que no se salga de la tribu, de la clase. Es todo un tema que está por estudiarse sobre aquella época.
Las entretenciones eran muy pocas y habría que valorar si esa práctica no era una entretención más. San José era una ciudad muy cerrada y muy poco variable: las funciones en el teatro Mora (mientras existió), los bailes en el Palacio Nacional, las reuniones de conversación al humo del chocolate, la visita para una función pequeña de piano o una lectura de poesía. Cosas muy pocas en un momento en que ya la clase alta había empezado a salir del país, sobre todo por las necesidades comerciales y exportadoras del momento.
La otra protagonista, Azucena, ¿es un personaje histórico?
Creo que en aquella época había muchas Azucenas en muchas casas. Yo construí la mía, no es histórica pero no es inusitada dentro de ese tipo de sociedad.
Los señores acostumbraban traer de sus haciendas a la ciudad a muchas personas de confianza que les ayudaran a cuidar los hijos o a manejar el negocio y terminaban siendo como parte de la familia, sin que desapareciera la estratificación, pero una estratificación que no era de explotación sino de protección. Se conformaba así una numerosa familia con un gran papá o una gran mamá.
A mediados del siglo XIX hubo ese tipo de relación, que se fue perdiendo a partir de 1870, con el crecimiento de la plusvalía y la acumulación de capital. Esa parte de la historia de Costa Rica es interesante en relación con la dinámica de las clases sociales. Algo de eso pretendí reflejar en la novela.
Son cosas que van apareciendo en el discurrir de la historia, porque una cosa es lo que se planea y otra lo que va saliendo. Azucena era un personaje accidental, una persona que había pasado a la protección de la señora, de Mariquita, pero que fue cogiendo fuerza conforme la novela se desarrollaba.
Resulta interesante, también, el romance platónico que Azucena tiene con Francis Pearson, un filibustero que incidentalmente llega a San José. Nos recuerda que algunas familias costarricenses fueron fundadas por filibusteros que se quedaron a vivir en el país.
Al filibustero lo saqué de las crónicas de Ricardo Fernández Guardia. Hay una historia de un famoso filibustero que se trae el general Cañas a San José, que viene totalmente afectado por la aventura, la desesperanza, la desilusión, la amenaza del cólera. Lo tienen un tiempo aquí y luego Cañas le permite que se vaya. Es muy breve esa historia, pero me sirvió de base para construir a Francis Pearson.
Esto es por una razón que yo espero haya quedado en evidencia: si algo tiene esta novela es que es claramente antibelicista. La guerra es nuestra peor desgracia y no hemos podido eliminarla en la historia de la Humanidad. Para mí, la guerra proviene del sistema competitivo que ha implantado el patriarcado. En vez de colaborar, competimos, y eso ha sido nefasto.
En los conflictos bélicos, el enemigo no es una etiqueta, no es un monolito, el enemigo es una gran cantidad de seres humanos, unos perversos y otros embarcados, para utilizar un término muy nuestro. Pearson es un segundón en busca de fortuna. De pronto, por diferentes razones lo pongo a viajar al centro de la fiebre del oro (en California) y ahí conoce a Walker, quien le ofrece venirse de colono a Nicaragua. Después le ponen un fusil en la mano, pero inicialmente muchos muchachos creyeron en el ofrecimiento inicial. Para mí, ese es un enemigo que hay que matizar muchísimo, porque no es la imagen del filibustero sanguinario -que también los hubo-, pero no todos fueron así.
El primer paso para el perdón después de una guerra es dimensionar al enemigo desde el punto de vista humano, más que desde el punto de vista guerrero que nos divide entre buenos y malos. Eso es bueno saberlo para volver a la mesura.
Ahora hablemos de Julio Espada, el detective de la novela
Yo siempre he chiflado por la novela negra porque este estilo o “telele” literario tiene lo que a los seres humanos siempre nos ha encantado, que es una persona que busca secretos, que se juega la existencia buscando pistas para solucionar un enigma. Eso es, por ejemplo, el pícaro con el enigma de su vida. Porque la vida es eso, andar desentrañando enigmas a ver si en algún momento podemos decir: ¡cháscatelas! más o menos me orienté para vivir.
La novela negra eso lo representa muy bien, como también lo hace la novela picaresca en un grado más reducido.
Resulta que yo tenía una idea estructural de la novela desde que comencé a concebirla. Pero esa instancia narrativa, que tenía que ser una instancia acomodadora de sucesos, en alguna medida, la vi de múltiples maneras. Al principio era una mujer indagando en su propia familia; después se trató de una especie de archivista que se sumergía en los archivos y comenzaba a develar todo aquel secreto, porque el enigma siempre fue la muerte del general Cañas, eso se mantuvo de principio a fin. Hasta que en algún momento pensé: bueno, aquí hay muchas mujeres, hay que dar espacio a un hombre sensible dispuesto a jugarse la vida y la comprensión del mundo desentrañando un enigma. Por voluntad o a su pesar. Y pensé entonces: “¿por qué no el detective de la novela negra? Así no me van a encasillar en novela histórica… y así surgió Julio Espada.
¿Por qué no quería que fuera novela histórica? Bueno, porque no se vive en vano. Yo fui profesora de literatura griega y tengo claro que el primer monumento literario y el primer monumento sin más en la cultura occidental es la Ilíada. ¿Y qué es la Ilíada? Un trasfondo histórico con un drama personal. Lo importante es ese drama personal cercano a la tragedia. El hecho histórico de la guerra de Troya es apenas un trasfondo histórico. Eso es lo que pretendí hacer, no sé si lo logré, pero eso estuvo en toda la génesis.
¿Y por qué se trajo a Julio Espada del futuro?
Porque quería que lo que había de histórico en la novela no fuera visto desde el siglo XIX, sino desde el siglo XX y el XXI. O sea, la perspectiva de Julio y -se quiera o no- mi propia perspectiva.
Yo quería encarar ese sentimiento antibélico de una manera transgeneracional. Seguimos en las mismas, la guerra no nos ha aportado nada y el mundo no ha cambiado. Julio tenía una manera muy temporal de ver que la guerra del 56 seguía siendo la misma bota sobre el mismo pescuezo. Es una comprobación que solo podría hacerla él (que había participado en la guerra contra los carteles colombianos de la droga) porque yo creo que la lucha contra las drogas ha sido una sangría que se habría solucionado -ya lo dijeron hasta las Naciones Unidas- liberando el consumo.
¿Y quién se ha opuesto? Pues ya lo sabemos, el norte, porque para ellos significa una o dos generaciones perdidas. Bueno, las generaciones se están perdiendo de todas maneras, porque esa guerra ha costado sangre, sudor y lágrimas en Latinoamérica. Una guerra con una gran cantidad de muertos, de mujeres sacrificadas por servir de mulas a los narcotraficantes. Y de esas guerras y de las guerras privadas, las de las mujeres agredidas, por ejemplo, ya no se habla casi. Ese conflicto sangrante en el día a día de las mujeres necesita ser nombrado.
El último premio nacional de novela Aquileo J. Echeverría de este año fue compartido por dos mujeres, Emilia Macaya y Larissa Quesada, por su novela “Cómo sobrevivir a una tormenta extranjera”. ¿Qué significado tiene para usted esa decisión?
Fue muy representativo ese premio. Yo me alegré mucho porque se otorgó a dos mujeres de dos generaciones diferentes. Entonces yo sentí que no solo me decía, ya en mi madurez: ¡caramba!, algo hiciste bien, sino que me señalaban el relevo. Y a mí, como docente, eso me interesa muchísimo.
Hay un momento de hacer y un momento de delegar. Y delegar es tan importante como hacer, porque si no nos volvemos extemporáneos. Y es muy importante saber que hay un entorno en el que viví y en el que di soluciones y que puedo seguir escribiendo, pero que tengo que respetar que hay otra generación viendo las cosas de distinta manera, ante la có, fue un gran regalo e inclusive en eso: ahí está el relevo de ustedes. Eso es una maravilla, una tranquilidad, terminar de morirse con esperanza.