Max Goldenberg es ante todo un amante de la música, pero a ese noble oficio suma otros: apicultor, artista de la madera, actor. Todos los oficios de Max tienen que ver con el cuido, que hace crecer cosas y seres. Max es un hombre que hace crecer mundos con las manos y la mente. Es lo que también hace con sus canciones.

Alexander Jiménez es filósofo y escritor nacido en Nicoya, Guanacaste
Así piensa el escritor y filósofo Alexander Jiménez Matarrita, autor del libro “Max Goldenberg: canciones para un viaje”, en el cual elabora un retrato minucioso y sorprendente del cantante y compositor nicoyano, de su entorno cercano y de su música.
“No es una biografía, es un intento de reconocer el trabajo sostenido por un hombre que hace canciones para mantener el mundo alejado del daño y la destrucción”, afirma el escritor, también nicoyano, en entrevista con Lectomania.net.
El libro es una obra de arte en sí mismo. Conjunta la detallada investigación y la prosa cautivante de su autor; la fotografía exquisita de Cristina Díaz y un intachable trabajo de diseño y diagramación de la editorial Arlekin.
Con todos esos atributos, la publicación, que fue reconocida con el Premio Nacional Luis Ferrero Acosta de Investigación Cultural 2021, es parte de un proyecto más amplio acerca de las prácticas y patrimonios culturales de Nicoya, que cuenta con significativo apoyo de la Municipalidad del cantón, explica Jiménez.
Dentro de ese programa, anteriormente publicó “Las formas de la madera”, un libro que documenta la herencia arquitectónica en madera de Nicoya.
Ambas obras eran proyectos sobre los que venía trabajando desde hacía tiempo, pero no fue sino hasta su regreso a Nicoya hace unos seis años que, por varias circunstancias -entre ellas la pandemia del Covid-19-, pudo permanecer más tiempo en su tierra natal y darles término.
En 2002 obtuvo el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en la rama de ensayo por su libro “El imposible país de los filósofos”.
Lectomanía: Escribir un libro sobre Max Goldenberg, su vida y su música, ¿es parte de esa pasión nicoyana? ¿Por qué elegiste a Max y no a otro artista guanacasteco?
Alexánder Jiménez: Escribir un libro sobre Max Goldenberg fue una ruptura con mis trabajos habituales, relacionados con temas filosóficos y sociales, pero también tengo un gran interés en el patrimonio cultural guanascateco y nicoyano. Sobre eso hay mucho que documentar, se ha hecho esfuerzos valiosos pero apenas están comenzando y yo quería contribuir a ese proceso.
Otro aspecto es que tengo mucha afinidad con él y con los integrantes del grupo Malpaís, con quienes Max ha trabajado, que han influido mucho en él y él en ellos.
Además, en mi familia nos encanta cantar y a menudo tarareamos las canciones de Max que son muy importantes para mucha gente en Nicoya. Quería escoger a alguien que fuera al mismo tiempo profundamente local y muy universal y no es sencillo encontrar a alguien así. Pude haber elegido a una artista como Guadalupe Urbina, que admiro mucho, pero el gran problema era que ella estaba en otra parte. Max estaba más cerca, estuve mucho con él, en su casa. Tuve la oportunidad de ir viendo en vivo cómo producía y todo eso lo cuento en el libro.
Además, hay una afinidad ideológica. El viene de una familia de izquierda, que apostó por imaginar la vida social de una determinada manera por la que yo también apuesto y eso me acerca muchísimo a sus canciones y su manera de ver el mundo.
L: En la introducción del libro, decís que pese a ser un pequeño cantón de un país muy pequeño, Nicoya es al mismo tiempo un lugar en el que resuena el resto del mundo. ¿Cómo se manifiesta ese eco del mundo en Nicoya?
AJ: Esto de que en un lugar tan insignificante puede estar contenido lo mejor del mundo no es una tesis mía, hay escritores que lo han propuesto así. El conocido filósofo francés Michelle Serres dio una conferencia en Costa Rica en 2002 e hizo un análisis que me impresionó mucho sobre cómo funcionan los imperios. Los imperios, dijo, a menudo universalizan prácticas locales lo que significa que en el resto del mundo consumimos comidas, música, y otros productos de la cultura local que han sido impuestos al mundo por la fuerza. Hay prácticas locales que enriquecen y otras que terminan envileciendo el mundo. Escuchando la música de Max, uno puede ver allí una propuesta sobre cómo vincularse con una comunidad, con un mundo natural, con uno mismo, y me parecía que esa música que comienza siendo local podría universalizarse y contribuir a que la gente perciba mejor ciertas cosas. Por supuesto, para eso dicha música tiene que ser conocida y circular. Mi libro es una contribución modesta a ese propósito.
L: A propósito de ese tema, ¿cómo encaja la cultura guanacasteca en la cultura nacional?
AJ: Hay una vieja presunción de que la música, el baile y toda la cultura popular guanacasteca es la cultura costarricense. Es una tesis que habría que discutir mucho. No le hace honor al país ni a Guanacaste por varias razones. Primero: Costa Rica es un país muy diverso, que no se reduce a su zona central pero que tampoco se reduce a Guanacaste ni a un lugar muy específico. Tiene comunidades indígenas profundas, poblaciones en las costas, en las fronteras, con culturas propias y muy ricas. Cargar el peso de la cultura sobre una única región es casi lo mismo que centralizar y eso no tiene sentido.
No es justo con la riquísima cultura caribeña que tenemos, la tradición musical del centro y el resto de localidades del país. Es una forma reduccionista de imaginar el país y de imaginar Guanacaste, porque la provincia es mucho más que el punto guanacasteco y los bailes típicos. Debemos reconocer la diversidad de la provincia, que es muy rica.
Por ejemplo, yo tengo un estudio en proyecto sobre el río Tempisque, en cuyas riberas se ha configurado una cultura muy particular que merece ser estudiada. Es una mezcla de riqueza natural y cultural que tiene que ser pensada conjuntamente.
El problema es que Guanacaste está tomada por una visión turística de la provincia y eso es una lástima. Desearía que la visión de Guanacaste fuera diferente, aunque es bueno decir que algunas cosas han venido cambiando. Este país tiene una responsabilidad con tres provincias: Guanacaste, Limón y Puntarenas, que no ha saldado nunca y tiene que hacerlo seriamente, de manera responsable.
L.: Siguiendo con la imbricación de lo planetario y lo local, explicanos esta frase que aparece en la introducción: “Este libro no es una biografía… de lo que se trata es del modo en que lo lejano del mundo se anida en sus canciones”.
AJ: Es cierto, mi libro no es una biografía. Tengo reservas serias sobre ese género, porque se sustenta en algo que es imposible de cumplir, como dar a conocer la vida de otra persona en su integridad. Lo que quería era contar algunas cosas de Max, de su familia y de su mundo, porque es alguien a quien quiero y admiro muchísimo.
Yo creo que la música es muy poderosa para suscitar sentimientos y acciones, pero también para suscitar pensamientos y formas de ver el mundo. En parte, eso es lo que plantea Nietzche, en El crepúsculo de los ídolos. “El mundo sin música sería un error”. Para Nietzche, la música es fundamental para cumplir el proyecto de una vida buena. No estoy tan seguro de que la música sea un instrumento definitivo para transformar el mundo, hay otras cosas directamente más influyentes, pero si uno estudia procesos revolucionarios, transformaciones culturales que han terminado por cambiar la humanidad, la música es uno de los elementos que está ahí siempre presente. Nadie sabe lo que puede lograr una canción. Hay obras literarias que han ayudado a transformar la manera en que la sociedad imagina: “La cabaña del tío Tom”, “Un pasaje a la India”, por ejemplo, son textos literarios que han sido influyentes en procesos históricos y culturales, no lo es todo pero es una parte influyente, así también las canciones y la música.
También sabemos que la literatura y la música pueden ser instrumentalizadas y eso es una calamidad, pero no hablo de eso, sino de la capacidad de crítica, de denuncia de la opresión y la injusticia que tienen, así como del poder para inducir a la imaginación.
L: Hay muchas voces en esta reconstrucción de Max Goldenberg, amigos, familiares. Se escuchan incluso las voces de los muertos que estuvieron cerca del personaje. Supongo que el proceso de investigación fue arduo.
AJ: Me interesaba mucho el mundo familiar, el mundo comunitario de Max y eso por razones relacionadas con su historia de músico. Personas como su tío Adán Guevara que lo introdujo en la música guanacasteca; su padre Jaime Goldenberg, presidente del Partido Comunista en Guanacaste durante mucho tiempo; su madre y su tía, que contribuyeron a sensibilizarlo con la música durante sus primeros años.
Su hermana Olga Goldenberg me ayudó mucho a reconstruir todo ese mundo, su sobrino Héctor Gamboa, su hermano Paco, gente que lo acompaña en su proyecto musical fue muy importante para este proceso de investigación.
Hay muchas entrevistas con otras personas que han trabajado cerca de Max. Por ejemplo Simona Trovato, con quien Max trabajó una obra teatral de corte ecologista, un montaje buenísimo sobre Pinocho. Él hizo las canciones de esta obra. También ha acompañado a muchachos y muchachas que se inician en la música, con ellos ha sido supergeneroso y solidario. Pues sí, fue un intento de captar todo ese mundo y, en medio de eso, el trabajo con la fotógrafa (Cristina Díaz, también nicoyana) que fue muy importante porque queríamos captar en imágenes ese mundo. Todo eso está ahí.
En el libro se retrata a un Max esencialmente músico, intérprete y creador de canciones, que se bifurca en muchas facetas como artista de la madera, apicultor, actor, quesero. ¿Qué vínculos profundos crees que hay entre el Max artista de la música y los múltiples Max de esas otras pasiones?
En el libro yo uso una idea de una escritora estadounidense Leslie Jamison, que tiene un libro sobre el vínculo entre la creación artística y las adicciones, en el que dice que toda vida es una custodia compartida. Creo que lo que lo que tiene en en común todos los oficios de Max es una actitud vital: el cuido que hace crecer cosas y seres.
Max cuida un bosque, cuida sus abejas, su madera con la que hace crecer cosas. Max es un hombre que hace crecer cosas, seres y mundos. Y sus canciones hacen lo mismo. Eso tiene mucho que ver con la contemplación y con una especie de horror ante la destrucción de la naturaleza y lo bueno de la vida. En él, esas cosas van juntas: cuidar, hacer crecer y evitar el daño. Su música es eso también. Hay observación en ellas, pero es una observación por no dañar, no destruir, no oprimir.
Ahora bien, debe quedar claro que no estoy santificando a Max, nada más lejos de mi intención. Él es un ser humano como cualquier otro, lleno de contradicciones, que ha debido superar problemas serios, que ha vivido adicciones. Yo únicamente hablo de lo que tengo evidencia.
L.: Tu libro se titula “Max Goldenberg: canciones para un viaje” y en todo viaje hay una aventura. ¿No es la aventura de la creación un viaje perenne?
AJ: Hay un componente fundamental de la creación que es la imaginación y la imaginación es un viaje. Alguna gente logra hacer que esa sea experiencia más intensa pero, sin duda, entre creación y viaje hay un vínculo especial.
No se entiende la historia de Max y su familia, ni su música, sin ciertos viajes fundacionales. Pero la humanidad es así, no se entiende sin la experiencia del viaje, no hay humanidad sin personas que se muevan de un lugar a otro. El concepto mismo de humanidad está atravesado por la experiencia migratoria. La localidad es un mundo que puede crecer y enriquecerse y ser parte de la humanidad, siempre que haya viajes, de llegada y de partida. Lo cierto es que la experiencia migratoria no es una amenaza, es una oportunidad.
Los nacionalismos ciegos nos han enseñado a ver al extranjero como una carga, un peligro, un riesgo para nuestra identidad. Pero es lo contrario, somos lo que somos porque hay gente que ha viajado y sigue viajando.
(*) Friedrich Nietzsche.