Mirar tanto la historia como la experiencia personal desde la óptica del fabulador parece ser la propuesta alternativa que nos presenta el más reciente libro de relatos de Guillermo Fernández, Los misterios del universo, para intentar aproximarnos al fenómeno evanescente de la realidad y la existencia misma

Que el monstruoso Stalin se siente a conversar con un -en apariencia- insignificante asistente de mayordomo y que más allá de su imagen atemorizante y demoniaca, se revele frente a nosotros a un individuo inseguro, consciente de sus falencias, que desesperadamente busca compensarlas discutiendo y dialogando con asombrosa transparencia con aquel individuo que ha recorrido toda su vida a la sombra, y que precisamente gracias a ello no siente mezquindad al arrojar luz sobre las incertidumbres de aquel líder de un mundo que ha fundado y controlado bajo la égida del terror, la conspiración y el asesinato.
Que igualmente, unas páginas más allá o más acá, nos encontremos con el dilema de un funcionario arquitecto del gobierno chino, a quien sus superiores lo acosan para que ajuste la fisonomía del líder Mao, cuya estatuaria está a su cargo en todo el territorio, para que sea capaz de reflejar la imagen de un ser sobrenatural que entre más humanizado luzca, proyecte su naturaleza divina, propia de los elegidos, conductores de pueblos y culturas. Y que este individuo, además de esa enorme responsabilidad estatal, viva atormentado ante su incapacidad de expresarle su amor a una chica de ciudad a quien ha encontrado ocasionalmente en la plaza de Tiannamén y ante la cual no logra dar el paso y mostrarle su corazón.
Y como si lo anterior fuera poco, que un poco más allá o más acá, un patólogo decida apropiarse del cerebro del físico Albert Einstein para investigar e intentar determinar aquel componente tan especial que diferenciaba a aquel cerebro del resto de los de su época y que le permitió a su portador haber cambiado tan diametralmente el pensamiento de la humanidad sobre conceptos tan relevantes como el tiempo, la muerte y la energía misma.
Pues todo eso y mucho más encontrará el lector que se asome a las páginas del más reciente libro de relatos del poeta y narrador costarricense Guillermo Fernández, titulado “Los misterios del universo”. Se trata de un conjunto de siete relatos de este autor, reunidos en un volumen que circula actualmente en nuestro medio bajo el sello de Uruk editores.
Los personajes en este conjunto de relatos se mueven entre la grandeza de sus misiones sociales y la simpleza de sus búsquedas personales, entre la contradicción y la obligación, entre el deber y el compromiso, espoliados por el temor a fallar que se convierte en su tormento. Son seres que viven vidas que no escogieron, pero que a su vez encapsulan sueños y fantasías que vamos conociendo gracias al incisivo discurso de una voz narrativa que se transforma y por momentos es protagonista, para volverse testigo y devenir omnisciente cuando es necesario. La voz narrativa varía entre un relato y otro según sea la naturaleza de la historia. De esta forma se generan distanciamiento y proximidad a la vez, permitiendo con ello siempre otorgar vida propia a los múltiples personajes que componen estos siete relatos y, con ello, entregándonos historias que aun cuando no necesariamente sean verdaderas o reales -si es que la realidad puede describirse y explicarse-, no nos queda duda de su verosimilitud.
El título del libro -y el de uno de los relatos que lo componen- de pronto se nos aparece como una metáfora que intentamos explicarnos cuando hemos leído la totalidad de las historias y comprendido que es la ficción narrativa la única respuesta posible que podemos ofrecer en torno a los misterios del universo. Porque es precisamente en la coherencia que permite la fantasía, en nuestra capacidad de imaginar, donde reside la esencia de la vida misma. Lo biológico, lo natural, lo ambiental aparecen como elementos de un agotamiento que resulta ajeno a la verdadera esencia del misterio que se aloja en la imaginación, una imaginación que persiste y sobrevive, más allá de la circunstancialidad.
Los escenarios mismos donde ocurren buena parte de los relatos de este libro son la muestra más clara de que es gracias a la imaginación que podemos construir universos verosímiles. De esa manera recorremos casi congelados como sus personajes la ciudad de Moscú, bajo una fría noche invernal, pero también sentimos el aroma de la naturaleza que reverdece en la primavera China que envuelve la plaza de Tiannamén, y nos mojamos al bajarnos de un taxi con la lluvia que cae una oscura mañana invernal en Roma, donde un pintor de poca monta enfrenta sus búsquedas atormentadas del sentido de la vida, mientras apura un espresso en un cafetín en cual creemos haber estado alguna vez, sin haber siquiera visitado Roma en toda nuestra vida y asumimos que tampoco el autor del libro.
Son universos que el autor construye y dentro de los cuales presenta personajes, escenarios y acciones de una rica variedad e intensidad dramática, prestando voz y con ello otorgando mayor realismo a aquellas galerías de personajes, en los cuales creemos reconocernos subrepticiamente cuando hablan de sus vidas, o simplemente nos permiten asomarnos a sus miradas para espejearnos en su interior.
Un hito en nuestra narrativa es este libro, con una temática universal cargada de sensibles valores filosóficos, que ocurren en escenarios de una elegante y bien construida diversidad, donde igual se atraviesan las estepas rusas con los dientes apretados y el frío hasta la médula, como nos adentramos por los senderos tropicales, agotadoramente húmedos del Cerro Zurquí. lEn ese sitio un grupo de familiares y baquianos buscan infructuosamente a un individuo que desapareció en aquella espesura de un día para otro sin dejar rastros. Un individuo que además rodeado de un gran misterio y conjeturas sobre su desaparición, se ha convertido en un ejemplo a seguir, pues recientemente los diarios anuncian un creciente número de personas desaparecidas entre la población, que han sido vistas por última vez adentrándose en aquella trampa verde del Zurquí que los engulle hasta hacerlos desaparecer, porque no dejan rastros.
El libro no ofrece soluciones, solo presenta situaciones, el lector es exigido a participar del proceso activo de la lectura si desea llegar a conclusiones o formularse hipótesis sobre la naturaleza de los acontecimientos que ocurren frente a sus ojos en el discurso narrativo.
Hermoso libro, de un estilo ameno donde se combinan la intriga, el misterio y la conjetura, creando tensión y curiosidad sobre el desarrollo de las historias con lo cual nuestro autor alcanza un gran nivel de madurez, al convertirse en un exquisito contador de historias.