
Ciencia y literatura: la inmortalidad de la ficción
Autora: Dorelia Barahona Riera
La literatura siempre ha sido un soporte para la expresión de modelos teóricos y científicos. Aunque, por lo general, pensamos en el ensayo como el género escogido por los académicos, lo cierto es que también lo hacemos con las ficciones literarias.
Si pensamos un poco más creativamente y dejamos de lado la idea de que la ficción es una percepción errónea de los estímulos externos de la realidad, encontramos puentes entre las teorías sobre el mundo y las prácticas del arte.
A continuación reflexiono sobre algunos de estos puentes, pero antes reconozco que al pensar en un ámbito común de la literatura y la ciencia, mi propio estilo narrativo entra en crisis. Como no se trata de escribir un texto literario y menos un artículo científico, opté por elaborar un híbrido, una especie de crónica fenomenológica de la creación que pueda visibilizar lo palpitante que tienen en común.
A la ciencia y a la literatura las une la diversa arquitectura de las emociones, que tanto el escritor o escritora como el científico o científica utilizan.
Y aunque el género tradicionalmente utilizado para comunicar y ensayar modelos y descubrimientos científicos como lo hicieron Verne, Asimov, Clarke o Bradbury sea la ciencia ficción, también la novela lo ha sido desde Flaubert con la medicina, Proust en la neurociencia de lo recordado, Tolstoi con la percepción del cuerpo, Whitman, Mary Shelley, quien quizá politizó más este tema, George Eliot con la biología y V. Woff con la psicología entre otros.
La ficción permite abrir el abanico de posibilidades no solo teóricas y culturales, sino también perceptuales y heurísticas. De hecho, tanto en el método para crear dramas, método mimético de las emociones, expuesto genialmente en la poética aristotélica y que ha sido retomado por decenas de teóricos después, como la evidencia de que también existe en el método científico, el ojo y la mente del observador como Principio de Heisenberg que plantea que todo investigador modifica su experimento.
Pero aún más, Milena Ivanova desde la estética analítica da cuenta en sus análisis de cómo los científicos forman sus juicios estéticos desde antes de la teoría y cómo estos se comprometen con las teorías que consideran hermosas. Así que la evolución de las teorías puede dar cuenta de la historia del gusto también en la ciencia. El científico crea certezas a partir de sus gustos, como sucede con el escritor en la literatura, sea por error, por tendencia de su propio paisaje emocional o por clara inversión del capital de la industria científica que produce imaginarios donde ve posibilidades para seguir extrayendo recursos, como es el caso del mercado de las enfermedades, la longevidad y su relación con los sistemas neurálgicos en la industria farmacéutica.
Estos últimos temas los aborda mi novela Zona Azul al proponer que una pastilla nos dé la mimesis de una indulgencia moral que alargue la vida, idea similar a lo que ocurre con el soma (no la bebida sagrada de la india) en la saga de ciencia ficción Duna, o el estabilizador de las emociones, homoiosis creada por ingenieros emocionales que componen sensoramas y aleluyas hipnopédicas en la novela Un mundo feliz de Huxley. Drogas patentadas para controlar los impulsos emocionales que son ficción en la literatura y realidad en la ciencia. Ficciones literarias que exponen temas científicos y éticos al tratar a los seres humanos como monocultivos de diseño humano, solo por mencionar un aspecto. La literatura de ficción tiene el propósito de diseñar futuros, siempre y cuando sean verosímiles. En la ciencia estos se deben experimentar y aprobar. El soma como droga recreativa y terapéutica ya existe en la realidad.
Siguiendo este camino común, si se descubriera la fórmula de la eterna juventud ¿sería posible patentarla y tomarla como una píldora? ¿Que sucedería en la sociedad al controlar la emocionalidad, siendo la vida una constante lucha de sobrevivencia y por lo tanto necesitada de la vigilia de esa misma emocionalidad para la toma de decisiones, agencia principal de los seres vivos? Al contestarnos ficcionamos respuestas, pero también creamos futuros posibles: aparece el tema del empobrecimiento del libre albedrío y su relación con la degradación cultural y estética, que esta vez va más allá de una capacidad moral o emocional. Se trata de la capacidad autopoiética del cuerpo, de su propia homeostasis, la que dirige el timón orgánico con el que maniobra su biología y logra una mayor longevidad. Paradoja. Recordemos a Matrix como ejemplo de lo contrario en la ficción: ¿longevos como suma de buenas decisiones o como resultado de un monocultivo?
La ciencia también por su cuenta ha construido sus propias ficciones. Algunas son conocidas como errores científicos y es probable que existan muchas otras que aún damos como ciertas y en realidad son engaños de la competencia industrial.
Ejemplo de lo anterior es el hecho de que la industria del azúcar representada con la Fundación para la Investigación del Azúcar de EE.UU pagó a científicos para culpar a las grasas de las enfermedades cardíacas y silenció los perjuicios del azúcar. Sus afirmaciones sirvieron como base para sus recomendaciones al área de la salud pública. Así lo dijo Mark Hegsted: “somos muy conscientes de su interés particular en los carbohidratos y lo trataremos también como podamos” (La Vanguardia el 13 del 09 del 2016).
En el caso de errores sirva de ejemplos la no existencia de la triple hélice del ADN ya que en realidad se verificó que es una doble hélice. Walter Gilbert cometió un error al calcular que la secuencia del ADN tenía 100,000 genes, cuando en realidad son 30,000; o la actuación errónea de los medicamentos homeopáticos in vitro por Benveniste, que luego se supo que su investigación además fue financiada por una multinacional de productos homeopáticos; o la sonda que se estrella contra Marte, dado que una empresa calculó en pies y millas y otra en metros y kilómetros, dando como resultado la diferencia en las unidades de medida que provocó el choque. Existen y seguirán existiendo estudios científicos mal diseñados o cálculos estadísticos mal hechos, o herramientas tecnológicas en mal estado que, a diferencia de la literatura que vive un rato en nosotros como cierta, nos hacen vivir en el error por muchos años.
La antigüedad de la tierra calculada hoy en 4,500 millones de años ha sido calculada muchas veces antes en datos inferiores. Sagan predijo un invierno nuclear y luego rectificó, al igual que Darwin se equivocó y Mandel rectificó la teoría evolutiva. Einstein, por su parte, habló de constante cosmológica y luego se supo que el universo no es estático sino que se expande.
De igual manera seguimos educando con libros que tienen paradigmas ya superados y se siguen practicando métodos de la tradición popular en áreas como la salud y las creencias religiosas, con una tendencia a degustar las narrativas de ficción, sea tanto en la ciencia como en la literatura escrita, oral o visual, siempre y cuando nos identifiquen y nos emocionen: un rasgo inherente a la condición humana.
Somos emocionales. El estudio que sobre las emociones se hace actualmente desde la neurociencia, se ha venido haciendo en el arte de manera intuitiva, desde la Antigüedad. Vemos como en la ficción de la narrativa, en la novela, en el drama, el guion y, cabe mencionar, la narrativa de la pintura y la fotografía -aunque solo de paso porque ameritarían una reflexión aparte-, el tema de las emociones es el eje. Los autores saben que las emociones son la plataforma desde dónde construir los argumentos, porque es el recuerdo de la experiencia de sus propias emocionalidades el que detona sus procesos creativos y da el material para la ficción.
El famoso pathos griego que nos define con sus humores y daimones es el rapsoda mismo y sigue siéndolo, solo que hoy en día es emulado por imaginerías de mercado y cúmulos de datos obtenidos de nosotros mismos que dictan réplicas de las emociones para copiarlas y de nuevo simularlas en una élice de consumo atrapasueños, donde la invención genuina no existe, solo la copia de la invención.
Durante la escritura de Zona Azul y como parte de mi metodología -que, por supuesto, implicó un primer momento de investigación teórica-, realicé lo que yo llamo el scouting literario. No solo necesitaba recorrer los lugares que conforman la escenografía del argumento, también era importante conocer la llamada zona azul y experimentar el clima, las gentes y las costumbres. Pero al igual que mi personaje, conforme fui conociendo la zona, la zona me fue conociendo a mí, aportándome un nuevo espejo cognitivo desde dónde continuar el argumento, haciendo evidente la doble vía de los procesos perceptuales donde la modificación se da de afuera para adentro tanto como de adentro para fuera. El fenómeno es mencionado por De Bono, entrecruce Gestalt de la percepción mencionado por Merleau-Ponty, momento de implicación que describe Agnes Heller, mente habitando en un cuerpo, que redefine Damasio. Así que, sin pretenderlo inicialmente, me vi, por ejemplo, visitando un laboratorio de plasma, donde aprendí sobre mediciones de laboratorio y factores biológicos que inciden en la longevidad. También pregunté a expertos sobre los métodos de rastreo de las sondas espaciales, busqué información sobre cavernas y tours aéreos e inventarié especies de árboles que florecen en el verano guanacasteco, entre otros temas que iban ganando terreno en la novela conforme los personajes lo demandaban. Mientras todo esto ocurría, mi mente elaboraba las imágenes mentales que le iban dando forma a las metáforas de la ficción. Los datos de mi realidad se entrecruzaron con los datos de otras realidades para crear una nueva, donde igual se sentía al escribirla, se olía, y se tocaba. La literatura también tiene cuerpo y aunque la experiencia sea otra, en la ficción se reviven los procesos orgánicos tanto como la suma de cualias que imaginamos poseen los personajes.
Sea en una escena donde sucede un accidente automovilístico y se dispara el cortisol o en una escena donde el afecto demanda dopamina y oxitocina, el yo que escribe mediado por el lenguaje, funciona tanto en el presente de la metáfora como en el recuerdo propio.
Nuestros recuerdos siguen siendo el material. De hecho ahora que escribo también lo hago desde los recuerdos de mis momentos de escritura. Me refiero a que he ido juntando las informaciones de la vida real con las de la ficción, junto con los recuerdos y como resultado de todo lo anterior, he podido crear y posteriormente recrear los recuerdos elaborados para la ficción. La cadena de percepciones salta en el tiempo y se dispara en el diseño literario junto con los conceptos y las ideas. Triste sería una ficción sin descripciones estéticas por no decir muy aburrida. De hecho la literatura sigue siendo una herramienta social, dialógica recordando a Bajtín, muchas veces anticipatoria con relación a la ciencia y con ella se educa y se trasmiten sistemas de creencias, incluidas certezas científicas que posteriormente son superadas por otras como ya hemos apuntado.
Pero hay otro aspecto importante: la literatura no existe sin el otro, el lector que la interpreta y vuelve a sentir y percibir en cada oración que va leyendo sus imágenes, como resultado de sus propias experiencias y recuerdos. Así que la literatura, antes de darnos percepciones por medio del lenguaje escogido por un autor, es el resultado de las percepciones que tienen los lectores. Es decir, el modo como navega no es el modo del autor, es el modo de leer de los lectores, que recrean y elaboran cognitiva, estética, simbólica y socialmente los textos. El autor muchas veces dice no darse cuenta de lo que los lectores interpretaron o percibieron de su propia obra y queda maravillado con los análisis de los otros y es verdad, el autor solo atiende a sus propias líneas. Las asociaciones se disparan con el número de mentes y cuerpos interpretando. La literatura de ficción no solo es una buena historia, se siente y se anima con la lectura y, en el caso de Zona azul, busqué hacer sentir desde los cinco sentidos de su pasado y su presente a una mujer de 114 años en la mente y el cuerpo de una de 50.
La intercorporalidad es un hecho social que puede ser medido ya en las redes. No la natural intercorporalidad de los seres vivos sino la ilimitada exposición a la degradación de la identidad que provoca el neuromarketing, la estética psiquiátrica que neutraliza las emociones, la libido y, por lo tanto, la respuesta del individuo a la temporalidad de las experiencias. Todo muy performativo y rentable, pero que deja al ser humano en estado de abandono psicológico e indefensión aunque se diga que alarga la vida. Vida larga mente corta. La ciencia dice que las evidencias apuntan a eso, a que las emociones inciden en la longevidad, además de la comida, el estilo de vida, etcétera. Un dato importante es que en la zona azul de Guanacaste en Costa Rica, las personas de alrededor de 100 años y más, presentaban en sus exámenes de sangre altísimos niveles de colesterol y triglicéridos lo que nos dice que no nos morimos por eso y que el envejecer no tiene que ver con un cuerpo en perfecto índice químico. ¿Por qué morimos?
La literatura sirve para diseñar respuestas como lo hace la ciencia y, como menciona Siri Hustvedt en su libro La mujer que mira a los hombres que mira a las mujeres, no son las personas quienes conocen el mundo extensivamente por sus sentidos; más bien sus sentidos afectivos son los que influyen en el procesamiento de la estimulación sensorial a partir del encuentro con un objeto. Objeto.
Son las emociones el gran punto de encuentro desde donde construimos las grandes y pequeñas ficciones, tanto como las grandes y pequeñas certezas.