La guerra prometida, novela del escritor costarricense Oscar Nuñez Olivas, ha vuelto a las librerías tras varios años de ausencia, gracias a la iniciativa de la editorial Uruk que ha publicado una segunda edición. Se trata de una obra de lectura obligatoria para todos aquellos amantes de la historia y la literatura.

Oscar Núñez es un notable periodista de larga y reconocida trayectoria en medios nacionales e internacionales y su incursión en la literatura también lo ha colocado como uno de los escritores fundamentales de Costa Rica, desde que publicó El teatro circular, en 1996. Esta obra le mereció el premio latinoamericano de novela de la Editorial Universitaria Centroamericana (Educa) y el premio nacional Aquileo J. Echeverría. Publicó luego Los gallos de San Esteban (2000), En clave de luna (2004), traducida al inglés, y En busca del gran tesoro (2016). Uruk Editores acertadamente ha reeditado La guerra prometida. Primera edición: Alfaguara (2014).
Se debe volver a los buenos libros, aquellos que dejan huella y despiertan nuevas inquietudes, como es el caso de La guerra prometida. Una segunda lectura generalmente trae sorpresas: detalles en personajes o escenarios antes ignorados. Se ha hablado bastante de que la novela, al igual que el lector, evoluciona con el paso del tiempo. Ni la novela ni el lector serán los mismos.
La guerra prometida trata de un capítulo que marcó para siempre la historia centroamericana. El relato de una guerra en la que miles de campesinos descalzos marcharon y cientos dieron su vida en la máxima gesta heroica que recuerde nuestra historia. Uno de los capítulos más gloriosos –sino el más glorioso- de nuestra nación. Por algo se ha dicho que la Campaña Nacional supone la verdadera independencia de Costa Rica, el nacimiento de una nación. Es la independencia forjada con la sangre en el campo de batalla. El nacimiento de nuestra identidad.
La novela histórica puede ofrecer muchas y nuevas posibilidades a la narrativa, sobre todo cuando trata de una jornada épica como fue la Campaña Nacional de 1856-1857. Para mí, uno de los referentes de este subgénero literario es Guerra y paz (1867), de León Tolstoi. Posiblemente, las nuevas generaciones conozcan más de la invasión de Napoleón Bonaparte a Rusia, en 1812, por este célebre relato que por otros medios, aunque estemos hablando de una ficción construida sobre hechos históricos.
La novela de Tolstoi nos presenta el escenario de la guerra con todo el dolor de la muerte y la exaltación de la victoria, la gesta heroica intrínseca a todo conflicto bélico, al igual que las intrigas políticas de palacio y los desgarramientos familiares. La tragedia, en fin, que supone todo conflicto armado. El reto, como es el caso de Oscar, es crear una ficción sobre un acontecimiento histórico ya conocido, con un enfoque propio y original que supera lo que tanto se ha escrito sobre aquel acontecimiento que forma parte de la historia.
Por su calidad narrativa y su originalidad, esta obra de Oscar debía ser una novela de lectura obligatoria para todos, pero sobre todo para quienes nos hemos interesado por la historia, en este caso de Centroamérica y, particularmente, de Costa Rica. Sin caer en maniqueos, el narrador ofrece el lado más humano, incluso su lado oscuro, de los protagonistas, seres contradictorios, como somos en la realidad, una condición que resalta inevitablemente en figuras que han desempeñado un papel clave en la evolución de la humanidad o de los países, como son Juan Rafael Mora y William Walker, los dos grandes protagonistas de aquella guerra.
El retrato que hace el narrador del jefe de los filibusteros, el iluminado por Dios, el hijo del Destino Manifiesto, en sus últimos días, es desgarrador. Walker ha regresado a Centroamérica a través de Honduras para recuperar el istmo que a su juicio le pertenece y en esa nueva aventura se va quedando cada vez más solo y asilado. Al caer en manos de los ingleses, el jefe filibustero es ya solo un despojo del hombre ambicioso y soberbio que comandó un ejército de mercenarios y que aunque, en sus desvaríos, se sigue creyendo el presidente legítimo de Nicaragua.
Derrotado, añorando un plato de comida, sucio y andrajoso, es menos que la sombra de quien pocos años antes arribara a Nicaragua codicioso y altanero, con ambiciones de conquista y delirios de grandeza para la expansión territorial y doctrinaria de su nación. Es el retrato de un personaje en plena decadencia, que cayó desde la gloria hasta el más abyecto infortunio. Finalmente, muere fusilado por los hondureños el 12 de setiembre de 1860 en el puerto Trujillo.
El otro líder, el expresidente Juan Rafael Mora, que prevé el peligro que se avecina para Centroamérica, une a los costarricenses y marcha al frente del ejército a combatir con ardor a las huestes filibusteras. Actúa con la urgencia y valentía que el momento exige. Va a la guerra y vence al enemigo, aún en contra de la oposición a su gobierno que se hace cada vez más dura. Con sus luces, que las tenía de sobra, y sus sombras, inevitables, se aferra al poder y es derrocado y enviado al exilio. Finalmente regresa para recuperar la presidencia y muere fusilado por sus enemigos políticos, el 30 de setiembre de 1960, 18 días más tarde que Walker.
Centroamérica: cinco naciones que recién nacían a la vida independiente, fundamentalmente como consecuencia de los aires independentistas que soplaban por todo el continente, originados en los grandes centros del poder de la corona española. Nacían con un rumbo incierto, con visibles brotes de autoritarismo y militarismo que no pocas veces se resolvieron por la vía armada. Y que, en algunos casos, han sobrevivido hasta nuestros días.
Oscar Núñez utiliza un ingenioso recurso literario, una especie de contrapunto, que nos permite ir viviendo simultáneamente los distintos escenarios donde se va desarrollando el conflicto, sea político o militar: Rivas, Granada, San Juan del Sur, la Vía del Tránsito, Nueva York o Puntarenas. La íntima relación de la guerra y la política.
Las intrigas contra el presidente Mora desde antes de que comenzara la guerra, cuando grupos económicamente poderosos empezaban a manifestar un creciente descontento contra su gestión y crecía la controversia con la poderosa Iglesia Católica, al tiempo que va narrando la confrontación entre liberales y conservadores (legitimistas, estos últimos) en Nicaragua, que abre las puertas de Walker, quien termina adueñándose del país.
Da la impresión de que Walker, como parte de su filosofía de superioridad “racial”, menospreció la capacidad de respuesta que ofrecería esta “raza inferior y degradada”, como él llamaba, indígena y mestiza. En Rivas, enfrentado con las fuerzas conservadores de Nicaragua, sufre su primera y estrepitosa derrota que casi le cuesta la vida. Mismo escenario en el que debía enfrentar luego al ejército costarricense con similares consecuencias. Habría de padecer muchas derrotas más que, sin embargo, no le impidieron asesinar, destruir y saquear, junto con sus cómplices, como cualquier horda de delincuentes, la ciudad de Granada.
“Walker siguió en la misma posición, dominado por repentinas sacudidas. El oficial inglés se acercó y colocó la mano sobre la frente del líder, levantándole cautelosamente la cabeza. ‘El espectáculo fue realmente deplorable’, habría de comentar Doubleday en sus memorias, ‘el rosto del gran líder de hierro estaba bañado en lágrimas y su boca se retorcía en pucheros como un bebé destetado. No había en él ni un rastro del hombre racional, frío y ambicioso que todos creían capaz de conquistar el mundo,” describe el narrador aquel primer fracaso.
Empecinado en adueñarse de las cinco repúblicas centroamericanas para someterlas al esclavismo, como era su propósito, después tendría una nueva derrota, la primera ante el ejército costarricense, el 20 de marzo de 1856, en la hacienda Santa Rosa. Un enfrentamiento fugaz, pero que marcó el temple de los improvisados soldados para las batallas que vendrían posteriormente.
Es magistral la descripción de la batalla de Rivas, el 11 de abril de 1856, en la que surgió como héroe nacional Juan Santamaría, de hombres lanzados al combate con todo su arrojo desafiando la muerte. De cómo se van desarrollando los enfrentamientos, desde las distintas posiciones de los dos ejércitos, en los que surgieron auténticos héroes, aunque a costa de la pérdida de centenares de vidas humanas. Una batalla que terminó dejando exhaustas a las fuerzas del ejército costarricense. No vencido en el campo de batalla, pero si por un enemigo invisible y desconocido hasta entonces, el cólera.
Es dramático el regreso de las tropas a una San José desolada, donde parecía normal toparse con viudas o madres que lloraban la perdida de sus seres queridos, fuera en la guerra o a causa del cólera, que terminó devastando gran parte de la población y desgastando aún más el capital político que le quedaba al presidente Mora. Murió el diez por ciento de la población. Estaríamos hablando de cerca de medio millón de personas en estos tiempos.
En el camino de regreso de Rivas a Liberia iban quedando decenas de soldados víctimas del cólera. El encuentro entre el presidente Mora y el general Cañas, uno de los héroes de la Campaña Nacional, fue desconsolador. “Cañas le hace una relación completa de lo que había sido el tortuoso viaje de regreso, de la mortandad incontenible, los motines, las deserciones, el miedo desatado entre las tropas,” dice. Los jefes militares resultaron incapaces de mantener unido lo que fuera una victoriosa fuerza armada.
La alternativa: disolver el ejército que había combatido valerosamente en Santa Rosa y Rivas. Luego reconstruirlo para la segunda etapa de la guerra, la toma de la Vía del Tránsito y otras batallas exitosas, que llevaría al final de la guerra y a la rendición de Walker, el 1 de mayo de 1857, ante el capitán estadounidense Charles Davis
Si antes hubo una creciente oposición por el costo económico y de vidas humanas que supuso la guerra, posteriormente tomaría fuerza la determinación de terminar con los diez años de mandato del presidente Mora, que seguía aferrado al poder hasta el golpe de Estado en agosto de 1959. Posteriormente, el exilio en El Salvador y el desafortunado retorno desconociendo que las cosas habían cambiado. Aquí lo esperaba la muerte física.
En el patíbulo, donde espera la muerte sereno, resignado y valiente, el personaje Juanito Mora reflexiona. Piensa en su país, en su esposa Inés Aguilar y en el futuro de sus hijos. Especula que con su sacrificio salvará la vida de Cañas, su hombre de confianza, su hermano en la lucha por la liberación de Centroamérica, pero desconoce el infausto destino que le espera al militar de origen salvadoreño. El Héroe Nacional está a las puertas de una nueva traición.
El líder visionario, que supo prever el peligro que se avecinaba para Centroamérica y decidió actuar con el valor y la urgencia que se requería, cavila sobre lo que ha sido su vida. “Hoy, al pie del patíbulo –piensa-, por primera vez tengo la lucidez necesaria para entender que fui víctima inconsciente del efecto adictivo del poder, una droga que como todas solo produce un regocijo pasajero pero que va llevando a su víctima por un ineludible sendero de desgracia. Por eso acepté regresar, por eso cedí a los cantos de sirena de quienes me decían que mi deber era volver a salvar a la patria, no porque en realidad les creyera, sino por voluntad y ambición, los dos sentimientos que informan la voluntad de poder”.