“En el caso de Juana, para mí lo más impresionante es que ella escribe con una voz política. Una mujer decide escribir con una voz política, una mujer que además era anarquista o socialista y que, de paso, imprime su texto”, Gabriela Peña-Valle, escritora costarricense.
Encino Ediciones publicó el año pasado el texto El espíritu del río: una novela socialista de la canaria Juana Fernández Ferraz (España, 1834 – Costa Rica, 1918).
La autora emprendió un viaje transatlántico e ingresó en abril de 1872 a nuestro país, donde vivió durante 46 años hasta su muerte.
Fernández Ferraz escribió un texto monumental que fue reeditado por Encino Ediciones: dos tomos de más de 700 páginas en total y con una portada bellamente ilustrada por Noelia Esquivel.
En clave romántica, sociológica y política, Fernández Ferraz propone una especie de novela total, en que el socialismo -ya no utópico- se instaura como forma de gobierno en una comunidad ubicada en las profundidades indígenas de Brasil.

Lectomanía conversó con la escritora Gabriela Peña-Valle, quien fue becaria del proyecto presentado junto a la editorial al Colegio de Costa Rica del Ministerio de Cultura y Juventud en el 2020. (Foto: Gabriela Peña-Valle)
Según María Hernández-Ojeda de la Academia Canaria de la Lengua (ACL), el texto “constituye la primera recreación literaria de un suceso histórico que tuvo lugar en 1890: la fundación de la colonia anarquista Cecilia, establecida por el ingeniero italiano Giovanni Rossi en el Paraná, Brasil. Su novela, la única publicada por la autora, destaca por su atrevido mensaje político y su carácter pionero, al ser el primer discurso crítico feminista publicado en Costa Rica”.
En 1888, luego de fallecido su esposo, Fernández Ferraz creó una escuela de niños y niñas en Cartago, como medio de subsistencia familiar para finalmente desempeñarse como maestra en escuelas públicas en la misma provincia.
En un documento de la ACL, Hernández menciona que la familia Fernández Ferraz fue muy reconocida en Costa Rica y que los hermanos de Juana, Valeriano, y Juan, ejercieron una importante influencia en la renovación de la educación secundaria nacional.

Juana Fernández Ferraz emprendió un viaje transatlántico e ingresó en abril de 1872 a nuestro país, donde vivió durante 46 años hasta su muerte. (Foto tomada de la Academia Canaria de la Lengua)
Asimismo, las hijas de Juana fueron reconocidas públicamente por su obra literaria, pues escribieron textos narrativos y poéticos, como Un Robinson Tico: aventuras de un estudiante cartaginés, de Caridad Salazar.
“Juana Fernández Ferraz es la menos conocida de la familia, a pesar de haber escrito una obra pionera”, concluye Hernández-Ojeda.
Lectomanía conversó con la escritora Gabriela Peña-Valle, quien fue becaria del proyecto para publicar la obra de la autora canaria; la propuesta fue presentada junto a la editorial al Colegio de Costa Rica del Ministerio de Cultura y Juventud en el 2020, para optar por fondos.
La apuesta osada de Encino y Peña-Valle fue sacar del anonimato la novela e identidad invisibilizadas de Fernández Ferraz, en su condición de mujer decimonónica, finamente ilustrada y valiente, quien narra una épica sin parangón en la literatura costarricense y, probablemente, latinoamericana.
Lectomanía: ¿Cómo empieza el proyecto y por qué?
GPV: El proyecto empieza porque yo escribo el Diario de la Histeria (Encino Ediciones, 2020) y hubo dos comentarios que me llamaron la atención, uno de Rafael Ángel Herra que dijo que nunca había leído algo parecido en la literatura costarricense y un post de Guillermo Barquero en el que hablaba del diario relacionándolo con dos autoras extranjeras de otra época: Nathalie Sarraute (Rusia, 1900 – Francia, 1999) y Hilda Hilst (Brasil, 1930-2004). Entonces pensé que tenía que investigar qué habían escrito las mujeres en el país, porque sabemos que ha existido un silencio histórico. Es a partir de eso que surge la idea de saber cuáles fueron las primeras novelistas costarricenses y sale a luz Juana Fernández Ferraz, que no es costarricense, pero que solicita expresamente que se le considere una novelista costarricense porque la novela la escribe en Costa Rica.
En esta búsqueda me encuentro El espíritu del río y Almas de pasión; es decir, sí existieron novelistas mujeres de finales de siglo XIX y pasamos por la educación básica, la primaria y secundaria, sin que nadie lo mencione. Es una campanada importante, porque una se cuestiona sobre las razones de que no nos cuenten que hubo mujeres novelistas de esa época. En el caso de Juana, para mí lo más impresionante es que ella escribe con una voz política. Una mujer decide escribir con una voz política, una mujer que además era anarquista o socialista y que, de paso, se imprime su texto.
L: ¿Se imprimió en Costa Rica? Ella lo termina de escribir según se lee al final del libro en Alajuela en 1912.
GPV: Sí, se imprimió en 1912…y así es como me atrapa el libro.
L: ¿Cómo iniciaste la búsqueda?
GPV: En la Biblioteca Nacional. Cuando tuve la información, me enlacé con Juan Hernández de Encino Ediciones e hicimos el proyecto para optar por una beca del Colegio de Costa Rica del Ministerio de Cultura y Juventud, que otorgó los fondos. Así fue como Encino hizo las publicaciones, porque, por supuesto, una cosa es que una quiera o se interese y otra cosa es imprimir un libro. El trabajo de la editorial es muy hermoso porque el libro se divide en dos tomos, viene en una cajita y la persona que ilustra la portada y asume el trabajo gráfico, Noelia Esquivel, logró capturar el contenido en su propuesta.
No es parte de la pregunta, pero una de las cosas que más me llamaron la atención de la ilustración fue el curso del agua, porque el libro empieza con un monte nevado y una virgen que baja de las nieves; luego viene el mar y todo lo que sucede ahí. Después pasa a la nueva tierra atravesada por un río que es la simbología del cambio constante. Ese era el cambio que, precisamente, se estaba suscitando políticamente en ese momento en estas naciones incipientes que recién se estaban independizando.
Otra cosa que me pareció muy hermosa -porque no sólo es una una novela racional abogando por un modelo de gobierno que considero puede funcionar y que al final es la lectura que yo hice-, sino también mantiene algo de misticismo relacionado con la noción de cambio, de renovación.
L: ¿Cómo trabajaste la parte editorial con Juan, cómo fue la experiencia de haber hecho el libro?
GPV: Hubo que digitarlo que fue un trabajo enorme. Luego el tema de las erratas en el sentido de qué cambios se hacen y cómo se hacen. Para eso trabajamos con un especialista de Juana Fernández Ferraz, para que nos diera también guías acerca del tema de la edición . Por ejemplo, había en el documento original una cantidad infinita de puntos suspensivos. Yo no sé editar libros y pensé ¿qué hago?, y se convirtió en un problema enorme para mí. Hasta dónde se respeta, todo eso fue un enorme aprendizaje.
L: La edición temprana de La ruta de su evasión de Yolanda Oreamuno también tiene monólogos con una gran cantidad de puntos suspensivos, ¿sería una cuestión de estilo?
GPV: Es un código muy incómodo que no es contemporáneo y por lo tanto no entendemos la idea que quiere transmitir. Nosotros lo que quisimos fue que la lectura del libro fuera fluida. En términos del vocabulario también hay algunas anotaciones.
L: Con respecto a la diagramación, Encino cuida mucho esos detalles. Y es que la novela es monumental, cada tomo es de más de 300 páginas, es decir, leer ese texto se las trae. ¿Por qué es importante el diseño gráfico?
GPV: Yo acepté todos los consejos de Juan porque él es el que sabe de esto y respeto su criterio. Los libros, para mí, son objetos que uno desea; es decir, tienen que ser de alguna forma sensuales, sensoriales. Un libro tan grande en un momento en el que estamos acostumbrados a leer tres líneas en Twitter tiene que estar editado de una forma muy cuidadosa. Entonces se dejan márgenes para que no se embote la vista, el papel tiene textura porque es rico tocar un libro con textura, el papel no es blanco brillante que cansa, el tamaño de la letra es el adecuado. Por otro lado, las notas tratan de ubicar a la persona en cómo era antes, porque no podemos caer en el error en que caemos en este momento de tratar de entender las cosas con el conocimiento que tenemos.
L: ¿Se editó como ella lo escribió?
GPV: Sí, excepto por el tema de los puntos suspensivos, pero sí hubo mucho respeto y mucho diálogo con respecto a la necesidad de respetar la escritura de Juana y que fuera accesible a los lectores. De esta forma le dimos el valor y la importancia a la autora, que se lo merece.
L: La novela es como un gran mural que cuenta una épica con tanto detalle que se vuelve cansado leerla.
GPV: El inicio es una odisea de una pareja y cierra con el nacimiento de una nación. Eso que decías de los detalles es cierto y yo, personalmente, en algunos momentos mientras leía decía: “estoy cansada de leerlo”, pero luego me volvía a enganchar, hasta que llegó a un punto a la mitad del libro en que me cuestioné cómo todo ese cúmulo de información iba a recuperarse, y ella tuvo la capacidad de darle vuelta. Todo eso que contó al inicio se termina relacionando con lo que sucede al final y eso es maravilloso. Es decir, fue una escritora muy hábil en ese sentido. Tenía mucho que decir y no escatimó en decirlo; por eso la obra es un gran mural.
L: Es una novela en que pasa de todo y aunque es bastante descriptiva también es muy política. Además una siente que Juana tiene conocimiento sobre muchos temas. Es capaz de escribir sobre obras ingenieriles, de la naturaleza, de tesis políticas, sociales y económicas, culturales. Era una mujer instruida y una gran lectora.
GPV: La familia también era muy instruida. Ella vino con los hermanos durante la reforma educativa de Mauro Fernández. Entonces, eran personas que venían con el objetivo de instruir. Uno podría imaginarse que sí era, efectivamente, una familia que se instruía, ¿cuánto? Lo que escribe en el libro da pie a pensar que sabía y si no sabía investigaba, que es mejor, porque se refería a muchos temas con mucha propiedad y cierta profundidad. Entonces uno se ubica en la época y piensa en esta mujer y lo que dice sin tener miedo. A mí me llama mucho la atención cómo no le da miedo salirse del canasto ni tener una opinión, plantear crímenes de género. Ella es una mujer sin miedo y con conocimiento y muy amarrada a esta idea de que el conocimiento nos da libertad, la posibilidad de evolucionar, de ver el cambio, de generar modificaciones.
L: Con una perspectiva colonialista.
GPV: Que impacta, pero está escrito en esa época y es la realidad de ese momento. Yo no puedo criticar un texto de esa época con el conocimiento del 2022.
L: Bueno, una puede criticar un texto decimonónico con una mirada decolonial, con perspectiva de género, etcétera.
GPV: Ella era española y es bueno que genere molestias; los españoles venían a enseñarnos. Ella viene y firma una novela en Alajuela, Costa Rica, en que nos dice cuál es el sistema de gobierno que nos funciona, viniendo ella de una monarquía.
L: Esa utopía de gobierno que ella plantea está entrelazada con la narrativa religiosa, con una institucionalidad cristianizada, es una visión del reino de los cielos en la tierra.
GPV: Así también se puede ver, bastante más horizontal, menos verticalizada, me imagino que ellos estaban cansados de esa sociedad. ¿Qué pudo haber sucedido allá que la trajo acá?
L: Vino acá de las Islas Canarias.
GPV: De una isla…y bueno, ahora que decís eso, también El espíritu del río es una novela transatlántica.
L: Imaginate la empresa que tuvo que haber sido.
GPV: Es una novela que cruza el Atlántico, escrita por una mujer con una visión política. Por eso es importante mostrarla, crear un objeto hermoso para que la gente se sienta animada a leer dos tomos de 700 páginas en total.
L: ¿Cómo fue tu lectura como Gabriela Peña-Valle?
GPV: Me traté de ubicar como una persona que leía sin ningún interés. Para dar una imagen: la leí “en pijamas”, es decir, quería leerla sin ninguna pretensión, con la pizarra en blanco, emocionalmente relajada -porque soy nerviosa, ansiosa-. Como tenía la tensión de cumplir con un contrato con el Colegio de Costa Rica, con el Ministerio de Cultura, la leí con mucha efectividad para poder absorberla, quería ser una esponja y no hacer una lectura académica, ni histórica, ni con una perspectiva de género.
L: No predisponerte.
GPV: Siempre hay una predisposición, pero hice un enorme esfuerzo por tratar de absorber y dejar de lado la parte racional. Yo quería, simplemente, recibir la novela.
L: Es cautivante cómo la autora logra sostener la línea argumental y el arco dramático de los personajes que son decenas. Me recordó a Macondo y su genealogía.
GPV: Cuando la leí tuve que hacer un esquema de los personajes y una pequeñísima descripción y la relación entre ellos, porque además de todos los personajes hay comunidades. Para mí fue una aventura.
