Nunca tan clara como hoy / la conciencia / Ni más y tal vez menos / que un tablón desvalido / de una anciana casona del Caribe / Ni más ni menos / que la tormenta avecinada / durante madrugadas de agua / Ni más y tampoco menos / que una molécula en el mar / Ni más pero tampoco menos / que un fogoso grano de la misma arena
Del sol / tan íntima / tan enamoradamente / que en ningún otro espacio / me reencuentro / Vivo / este destino / de madero desvelado en un naufragio
Vivo / esta suerte / de corazón desalojado / que sólo se aplacará cuando / regrese / y sea de nuevo / ni más pero tampoco menos / que el tablón ahora ansioso / de una desleída casona del Caribe

Decidí que la mejor manera de comenzar esta conversación -que eso será esta intervención-, una conversación de amigos, bastante lejana del rigor de la academia, era con el poema que leí, de mi poemario Dónde estás Puerto Limón. ¿Y por qué? Pues porque creo que en él aparece una declaración personal de principios, un punto de partida para abordar uno de los temas de esta charla.
Pero antes de continuar, -y para que estemos sintonizados-, me referiré de manera somera a los conceptos sobre los cuales hablaremos: vale decir, identidad, literatura y naturaleza. utilizaré referencias básicas, las que nos ofrece el diccionario, que me parece son lo suficientemente claras como para que podamos establecer un marco referencial preciso.
La voz IDENTIDAD proviene del latín ” identĭtas” y este de la entrada “idem” que significa “lo mismo”. Cuando se habla de identidad, generalmente podemos estar haciendo referencia a esa serie de rasgos, atributos o características propias de una persona, sujeto o inclusive de un grupo de ellos que logran diferenciarlos de los demás. Por su parte, identidad también alude a aquella apreciación o percepción que cada individuo se tiene sobre sí mismo en comparación con otros, que puede incluir además la percepción de toda una colectividad; y es la identidad la que se encarga de forjar y dirigir a una comunidad definiendo así sus necesidades, acciones, gustos, prioridades o rasgos que los identifica y los distingue.
El vocablo NATURALEZA proviene del latín “natura” que significa natural. La naturaleza es todo lo que está creado de manera natural en el planeta, está relacionada con las diferentes clases de seres vivos, como los animales, las plantas, las personas. También forma parte de la naturaleza el clima, y la geología de la tierra.
La palabra LITERATURA proviene del término latino litterae, que hace referencia a la acumulación de saberes para escribir y leer de modo correcto. El concepto posee una relación estrecha con el arte de la gramática, la retórica y la poética.
la literatura es una actividad de raíz artística que aprovecha como vía de expresión al lenguaje. También se utiliza el término para definir a un grupo de producciones literarias surgidas en el seno de un mismo país, periodo de tiempo o de un mismo género (como la literatura persa, por ejemplo) y al conjunto de materiales que giran sobre un determinado arte o una ciencia (literatura deportiva, literatura jurídica, etc.).
Bueno, aclarado lo anterior, quiero contarles que siempre he dicho que mi infancia transcurrida en el Caribe, mis ancestros que llegaron de Cartagena de Indias a mediados del XIX para instalarse en La llamada comarca de Limón para fundar allí el primer asentamiento, la Aldehuela de Moín, mi abuelo, mis tíos, mi madre, todos habitando desde el amor el Puerto de Limón, heredándome su compromiso con este territorio, sus habitantes, y guiándome en el proceso de su descubrimiento, son suficientes elementos para que me declare caribeña, aunado a otro de los cuales les hablaré más adelante y que me lleva a considerarme una escritora caribeña.
Pero resulta que acá estamos para hablar además de identidad, de literatura. Y en particular, de literatura caribeña y de la relación que encuentro en esta literatura y su ligazón con la naturaleza.
Definir lo que es la literatura caribeña, o bien literatura antillana, ha sido un trabajo grande para los académicos. ¿Se podrá definir por la ubicación geográfica? Algunos estudiosos se refieren a la literatura caribeña como a la escrita en las islas; otros, incluyen también el área continental cercana al mar Caribe, y se abarca entonces la literatura de regiones como Veracruz, en México, o las islas Canarias. ¿Otra posible característica podría ser el idioma?, pensadores, intelectuales e incluso escritores consideran que un elemento fundamental para conceptuar una expresión literaria como caribeña, estaría conformado por los cuatro bloques lingüísticos que se dan en el área. Entonces tendríamos el Caribe hispano, Caribe francófono, Caribe anglófono, Caribe neerlandés y por ende sus respectivas manifestaciones literarias.
¿Será esta aproximación válida? Supongo que para una aproximación taxativa puede funcionar. Ustedes conocen mejor que yo las múltiples vertientes de estudio que se han analizado, desde el tema de la identidad, el pasado colonial, las etnias, lo mítico y lo maravilloso, la africanidad, la nostalgia y la memoria, entre muchos otros. En este somero análisis propongo un acercamiento distinto a lo que es la Literatura Caribeña y me referiré específicamente a la Literatura caribeña en Costa Rica.
La literatura caribeña en Costa Rica
Revisando la producción literaria costarricense, hay una impronta que deja una huella profunda en algunos de nuestros más destacados escritores: Joaquín Gutierrez Mangel, con su obra Murámonos Federico, La célebre Mamita Yunai de Carlos Luis Fallas, Anacristina Rossi con La loca de Gandoca, su Limón blues, Quince Duncan. Todos ellos han pasado parte importante de sus vidas en el Caribe. Y no me refiero a importancia por el lapso, sino por la intensidad. En cada uno de ellos se ha ido delineando lo que significa el Caribe, no solo como espacio geográfico, de por sí profundamente impactante, sino por su pulsión vital.
Y cuando me refiero a pulsión vital hablo de esa pulsión que se manifiesta en los sabores de su cocina, en la oralidad de sus pobladores, su proxemia, en su música. Existe una clara diferencia entre un habitante de las tierras altas de Costa Rica y otro que ha vivido cerca del mar -en ese prodigioso Caribe que continuamos llamando Océano Atlántico, pero que está traspasado por la dimensión caribeña-, o en la espesura de una selva caribeña; que ha vivido, decía, en contacto o siendo parte de una cultura que se ha alimentado de distintas regiones: Jamaica, Inglaterra, la India, la presencia de New Orleans y por ende de Francia, el asentamiento de colonos colombianos, italianos, chinos, alemanes. Todo ello en una verdadera amalgama que termina otorgando un trasfondo con raíces cosmopolitas a la cultura del Caribe costarricense.
Y quería referirme, aunque fuese brevemente, a la identidad literaria de los autores que cité. Me atrevería a firmar que en ellos la presencia de la naturaleza y el tratamiento que le dan en su obra es un elemento importante para definir identidad literaria.
Tanto Joaquín Gutiérrez como Carlos Luis Fallas exploran la dimensión suprahumana de la naturaleza en el Caribe.
-Don Joaquín, es uno de nuestros escritores que ha sido traducido a una gran cantidad de idiomas, y ha retratado el Caribe desde su momento histórico y desde su condición, pero creo que siempre desde un profundo amor. La obra Puerto Limón, el mismo controversial
Cocorí, su novela intensa Murámonos Federico, en todas ellas su compromiso con la naturaleza caribeña es patente. En Murámonos Federico, cuyos personajes adquieren dimensiones shakesperanas, el factor económico que significa la propiedad de la tierra es un eje fundamental de la acción, pero el amor y la admiración por la majestuosidad de la naturaleza de nuestro Caribe sobrepasa la pequeñez de los hombres y se impone. Entonces la naturaleza se transforma en una fuerza que mueve la acción, aliada en la defensa de la propia identidad nacional enfrentada a la acción de las compañías foráneas.
Cito: ”En esa excursión por el río Federico lo devoraba todo con los ojos: la tortuguilla asoleándose en un pedrón, la garza solitaria e ingrávida bajo un cielo encandilado con una nube relumbrante que parecía un repollo, los congos aullando tremebundos en lo más recóndito de la selva, y el río, el río pardo, manso, poderoso y eterno como una vieja yugular del planeta”. “inmóvil como una piedra una tortuga se asoleaba acostada en un tronco seco que se balanceaba en mitad de la corriente. Ochenta metros de ancho, sereno, color puma, el Pacuare disimulaba su poderío meciendo juguetón la piragua del zambo. ¿Es que una maravilla de este tamaño podía tener precio? ¿Reducirse a dólares miserables y porcentajes?” Sobran las palabras.
Para Calufa, Carlos Luis Fallas, quien nace en Alajuela en 1906 y muere en San José en 1966 es un escritor con un profundo compromiso político y social
la naturaleza es para Calufa en alguna medida la enemiga. Pero una enemiga que es a la vez asombro y poder.
Trasciende la pobre condición humana, y además de ser un elemento económico fundamental para las vidas que transitan en su Mamita Yuani, es una fuerza que termina avasallando. Su preocupación en Mamita Yunai se centra en el destino de los hombres. Pero el segundo antagonista, después de los intereses de la compañía bananera, lo es la naturaleza. Cito: “Se puso en marcha la comitiva de más de ochenta negros y, ya brincando desesperadamente en busca de terreno firme para sentar el pie, ya chapaleando en el agua o hundiéndonos en el barro, llegamos hasta el pie de la empinada loma. Después de un breve descanso iniciamos en silencio la difícil ascención. Árboles enormes con largas trenzas de bejucos, humedad y sombras por todas partes. Ni una brisa, ni un rumor en la naturaleza;…poco a poco se iba espaciendo la gente por entre multitud de tortuosas picadas, profundas, estrechas y resbaladizas…yo trepaba agarrándome con ambas manos de las raíces y las piedras, mientras arrastraba las bolsas por el barro del camino; jadeaba y sentía que las piernas me temblaban.” ”La cruzada por la montaña me había desorientado. Esa inmensidad de agua revolviéndose en lenguas enormes y esas torrenteras espumosas que remontábamos trabjosamente, lo mismo podían ser las del Sixaola que las del Yorquín, o las del Telire o quizás las del Urén…” Es decir, la naturaleza no es solo un marco que propone un paisaje, sino una fuerza contra la cual hay que luchar.
Por su parte, Anacristina Rossi,San José 1954,
con su Loca de Gandoca, nos acerca a una visión nueva en el ámbito de la producción literaria costarricense en su relación con el medio ambiente.
Es una voz que se levanta en defensa de este medio, potente, no solo describiéndolo, sino tomando partido desde la perspectiva de su defensa. Hay una pasión desmesurada en el personaje de Daniela. Pasión que comparte el personaje con la autora. Una pasión que se manifiesta en la lucha por la protección y conservación de la naturaleza, y que atraviesa todo el texto de La loca de Gandoca. “Me entrego, extenuada. Las olas mecen, empujan, todo lo que flota a la deriva en este mar aparece depositado en la playa.
He sido depositada agotada y laxa sobre la arena de oro. Una manada de congos baja de los árboles a observarme. La que más me mira es una mona.Se soba mucho el vientre. Está embarazada.” La naturaleza se transforma en la novela en el personaje que la protagonista deberá defender, y es motor de la acción.
Un apartado especial merece nuestro admirado Quince Duncan.
Estudioso de la situación del negro en Costa Rica, muchos de sus personajes se trazan desde esta etnia, pero su literatura está más hondamente marcada por la exploración psicológica, por el análisis social, y la experimentación formal, antes que con la exuberancia que muestran los otros escritores mencionados en su acercamiento literario a la naturaleza del Caribe costarricense.
En la producción de Duncan La presencia de la naturaleza es colateral. En su preocupación por recuperar la tradición oral afrocostarricense, muestra, además de otros mensajes, la opción de una convivencia armoniosa con ella, como lo señala Andrew M. Rayen en su disertación para el doctorado: “La naturaleza en la literatura costarricense pensada desde la eco-culturalidad.” Pero esta presencia no se transforma en un motor que defina identidad literaria, desde la perspectiva de este somero análisis.Podríamos decir que la identidad caribeña de Quince Duncan está centrada en otro eje.
Corresponde señalar que los autores mencionados figuran entre los que más se han destacado y más han trascendido las fronteras nacionales. Cabe preguntarse si su identificación con la naturaleza -en la mayoría de ellos-, como pivote definitorio de su “identidad caribeña”, ha tenido que ver con esta particularidad. Es decir, si el tratamiento y la presencia de la naturaleza en sus obras, -no como mero paisaje sino como un personaje más-, así como la influencia de ella en sus personalidades extraliterarias a través de sus vivencias en ese entorno, han permitido la conformación de un perfil identitario.
Estamos ante un ámbito que sería interesante explorar. Allí está el hecho de que en casi todos ellos, de una forma u otra, el elemento “naturaleza” vive, desde una perspectiva particular, y reitero, pero en casi todos con exuberancia e intensidad, presencia vital a través de la obra, transformándose en un actor importante en su producción.
Después de este brevísimo recorrido por estos autores que considero como exponentes de la literatura caribeña costarricense por su relación y aproximación a la naturaleza, me referiré brevemente a un tema que conozco más. El de mi obra. Como siempre es medio complicado referirse al propio trabajo, comensaré citando las palabras de esa gran escritora y gran mujer de la literatura nacional: Carmen Naranjo. Al respecto de mi producción, y referida al libro de cuentos Impúdicas, nos dice Carmen:
“Cada cuento de Arabella cumple con los consejos de Horacio Quiroga, sin que su obra en ningún sentido advierta alguna influencia determinada, salvo la de las costas caribeñas, la nostalgia del mar, de su vida en Limón y de sus caminantes familiares por las calles de la ausencia.
Hay vida en sus cuentos, vida que se apodera del lector que los siente como una aventura personal y los agrega a sus etapas de ensueño. Sus personajes son inolvidables: la abuela y las tías, el amigo jerónimo, los visitantes, Miss Hoover, los hombres de negocios, las vendedoras pregoneras, dentro del envoltorio del calor, los caracoles, la sal en sus residencias de piel y de deseo…
Al entrar en este libro, sin aviso alguno, abandonamos nuestro sitio acostumbrado, nuestro sillón habitual de lectura, para acercarnos a la densidad caribeña sin necesidad de tocar puertas y pedir permiso al paso libre. Dejamos atrás las rutinas, siempre tan fastidiosas, para que el aire marino eternamente refrescante nos grite en voz baja y entonada: aquí hay vida y no hay vida sin sueño.”
Carmen Naranjo
Es interesante que Carmen mencione a Horacio Quiroga, aunque diga que no hay influencia alguna en mi obra. Tal vez su comentario, y la referencia a Quiroga, se deba a mi preocupación inconsciente por acercarme a esa naturaleza con pasión al igual que Quiroga.
A continuación leeré fragmentos de algunos cuentos de Impúdicas, el libro al cual hace referencia Carmen, así como un fragmento de una nueva novela en proceso de producción.
Ana
Por un lado, la carretera de la cual se separaba por setos vivos de hibiscos pintados con el esplendor rojo de sus frágiles flores, de sus aterciopelados pistilos: corolas delicadas que se marchitan con solo el peso de una mirada. Por el otro lado, el mar cortado de la tierra firme por una lengua rocosa en donde se adhieren los almendros, los árboles de magnolia de flores carnosas, y su aroma presentido a distancia….
El aguacero, intenso y casi maligno. Como suelen ser los aguaceros del trópico. Nubarrones sobre el mar, relámpagos apagando cualquier otro sonido. Con gestos la llamó el guarda. Le extrañó que la detuviera. Sobre todo en una tarde como aquella.
Antonia
Le gusta ir al Parque en las tardes, a recoger las flores de ilán ilán, verdes estiletes que aprisiona en su bolso para perfumar el aire; le gusta mirar a los perezosos de lentos y mínimos movimientos, de siestas profundas colgando de las ramas de los árboles de mango; le gusta el parque de las palmas reales, que suben con su aspiración de azul, los caracolillos que recoge de sus senderos;
Agnes
Y de nuevo pensó en qué momento se torció su destino. Cómo y por qué había ido a parar a ese puerto perdido, Puerto Limón, en esa América inhóspita por lo salvaje, por lo exuberante, tanto verde y tanta selva, árboles que no terminan nunca, tapando el sol y perdiéndose en lo alto, humedales y selva, tan lejos de su casa, tan lejos de su Muelle de San Beltrán, donde llegaba en las tardes de verano a escuchar el sonido acompasado del mar, de su Mediterráneo doméstico y familiar. ¿Qué hacía allí, en aquel lugar húmedo y endemoniadamente caliente, embutida en el vestido de manola, si su vida había quedado en Barcelona? ¿Qué hacía allí, frente a ese mar de altas olas, entre palmeras y perezosos?
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Jerónimo
Hermanos uno y siempre, como en esa mañana de la pesca de langosta. Me invitaste para que conociera el mar de adentro. La boca del Matina crecida, las olas como casas viniéndosenos encima, tus gritos para acallar el alarido del mar, tus gritos insubordinados y el miedo licuándome la cordura. Tranquila, pañita, yo puedo. Sólo mar, el olor acucioso de la carnada, y vos solo, Jerónimo, remando, remando, remando hasta sacarnos del rompeolas que coronaba de espuma la densidad del aire. Tus manos pegadas a los remos, rotas, despedazadas, dos ampollas enormes que seguían remando enloquecidas. Y las olas como casas después de nosotros y antes que nosotros, devorándonos el mar. Y vos con las manos pegadas a los remos, sangrantes, hasta llegar finalmente donde el mar volvía a su mansedumbre de mercurio. Pero la espuma ahora sangrante, la sal en tus manos rotas, llagadas. Mi vida en tus manos. Tus manos rojas. Rojas de sangre. Tu sangre roja. Igual a la mía. Hermanos para siempre.
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Rastro de Sal
Cuidar que las plantas trepadoras no ahoguen la luz siempre la luz hay que cuidarla porque se instauran las sombras y con ellas la tristeza como si me ligaran por dentro con hilos de acero que los porós no vayan a llenar con sus flores anaranjadas los tejados que las zompopas no se coman los zapallos que la ropa pierda su olor a humedad y a encierro. Sacarla al sol buscar ese poco de sol que permite la selva exiliar el olor a moho antiguo que surca el aire. El olor…
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Descubro que no hay luz. Descubro que el mar está lejos. Que el mar es solo un sonido que se presiente al final de los caminos. La selva rodeándome. Selva con árboles que se pegan al cielo y cierran por completo el paso al sol. El viento seca mis ojos. Consume mis lágrimas. Alrededor una vez más solo sombra. He llegado sin saberlo a mi nueva prisión. No es ahora postigo puerta o reja. Es musgo pantano oscuridad. Intento ponerle risa a la mirada pero no es posible. Una libertad que se me deshace en las manos. Una libertad atenazada con grilletes para siempre.
Como podemos notar, el ambiente que propone la naturaleza -algunas veces amable y otras inhóspita-, es presencia reiterada en los textos. Diría que es una constante en mi producción, y también, que es desde esa presencia que se traza mi identidad literaria. Yo me he autonombrado como una escritora caribeña.
Otro de mis libros, Dónde estás, Puerto Limón esta vez un poemario del cual tomé el poema identidad, también se acerca al tratamiento de la naturaleza como una fuerza viva y que sirve de entorno o de motor para algunos personajes que transitan en los poemas.
Sobre este libro señala Francisco Martínez Bouzas. Catedrático de la Universidad De Bilbao:
“Y junto a la bicicleta, el amor por los trenes, incluso los ausentes, porque amarran el destino del cometa del yo poético al verde del trópico.
…. Puerto Limón aparece necesariamente en el ayer y en el presente: el parque enardecido con ese ilán ilán que “esgrime la desmedida urgencia de su aroma”. Limón que es trópico “lleno de abanicos verdes”. Playa Bonita donde el sol duerme “de tanta arena blanca”.
Y el mar, paisaje familiar, ámbito sin duda íntimamente ligado a la experiencia vital de la poeta que es a la par anatomía local y dimensión abstracta y simbólica, como lo han interpretado todos los grandes líricos. Es el mar que se viste con el color del tiempo (gris de lluvia o azul doméstico), el mar con olor a Caribe, pero también el mar, substancia marítima abstracta que “nos reinventa” y que es “vaivén de esperanza”, pero también “temblor visceral que nos acomete ante la sola dimensión de su presencia” ”
En este otro poema que ahora comparto, algo juguetón, defino también la presencia de lo femenino desde la intensidad que ofrece la naturaleza del caribe en sus frutas:
Frutal
Nací en el trópico
Soy frutal sin estaciones
Me averano a pura voluntad de los sentidos
El cuerpo se me llena con olor a mandarina
En los brazos
y sobre todo en las axilas
se me refugia
un aroma a mango trasnochado
En la curva de las nalgas
queda un resabio a guanábana madura
La papaya se me afinca
en la redonda suavidad del vientre
Por los muslos me sube presurosa
la presencia indiscutida del caimito
y remata en el punto exacto de mi sexo
donde adivino que convergen todos los sabores
Pero es solo en los atardeceres de mar
con el sonido de las caracolas
donde recobro la fiesta frutal
de mi presencia
Breviario del Deseo esquivo ECR
Podría seguir compartiendo textos en los cuales la naturaleza palpita, y se transforma -además del otro eje transversal que atraviesa mi producción, el de la temática de género-, en un eje importante de mi identidad literaria: la presencia de la naturaleza como otro sujeto y como fuerza vital. Y respondiendo a la propuesta del inicio me permitiría considerarme como una escritora netamente caribeña.
Les reitero entonces la propuesta: una posible definición de la literatura caribeña, al menos en lo que respecta a Costa Rica, podría sustentarse en la presencia de la naturaleza en la producción de sus escritores. El tratamiento de la naturaleza como una presencia viva, un personaje más integrado como elemento que actúa en relación activa con el resto de los personajes. Y refiriéndonos al tercer término de este trinomio, podríamos decir entonces que la identidad literaria en estos escritores estaría íntimamente relacionada con esa peculiar forma de abocar su tratamiento.
Y si abrí esta conversa con un poema, me permito cerrar con otro:
Otra vez el mar
(oliendo el Caribe)
Ese clamor de mar
vivido como único destino
donde los deseos se diluyen
en partículas saladas
recordatorio de lágrima
presencia rumorosa de la vida
allí y sólo allí no caben responsos
heridas
tristeza itinerante
Vedado el dolor
por la fuerza que desata
y revierte hacia el cielo
en un juego incesante
vaivén de la esperanza
fuego que aniquila
Y la sal
Siempre la sal
dibujando senderos
para abofetear fronteras
soliviantar las ansias
liberarte desatarte desnudarte
exponerte de par en par
con tus ventanales abiertos
porque puede más su luz que los cerrojos
Y contienes al mar
el mar te arrastra
te signa con vendavales
para ir haciendo ruta
en donde eres una
con anegados santuarios
Esa llave para abrir horizontes
te la confiere el mar
el timón de mando es tuyo
te lo regala el mar
mientras cabalgas tormentas
navegas huracanes
tejes ciudades enredadas
en el laberinto de sus arrecifes
Inventas ciudades dormidas en sus costas
con calles cuyo destino es arena
litorales para las más altas ceremonias
Te dedicas a anubarrar tu grito
expresar así esa ansia de caminos
ese levante de corazón abierto
ese alarido preñado
ese regreso a los orígenes
El temblor visceral que te acomete
con la sola dimensión de su presencia
Profundamente agradecida por la cariñosa atención, reitero también mi agradecimiento a la Catedra de Estudios Afrocaribeños de la Universidad de Costa Rica por haber propiciado este espacio.
Referencias:
Ray Andrew M.
La naturaleza en la literatura costarricense pensada desde la eco-culturalidad
University of Tennessee, Knoxville
Trace: Tennessee Research and Creative
Exchange
Doctoral Dissertations
Graduate School
8-2014