Ante todo es espectador, amante apasionado del cine. En una palabra: cinéfilo. Así se reconoce Bertold Salas, profesor de Apreciación de cine de Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica (UCR) y director del Instituto de Investigaciones en Arte (IIARTE) de la UCR.El profesor de Apreciación de cine de la Universidad de Costa Rica Bertold Salas reunió en el libro Peripecias de un espectador sus aventuras a lo largo de 20 años en los caminos de la cinefilia.
Desde hace más de 20 años, dicho placer lo ha impelido a recorrer los caminos de la cinefilia, que se concreta en decenas de críticas y ensayos (e investigaciones académicas) reunidos en el libro Peripecias de un espectador, editado por Letra Maya.
Producto de ese viaje y de su agudeza como observador, a lo largo de 44 artículos, Salas dialoga con los lectores sobre una vastedad de temas relacionados con el mundo cinematográfico y la producción audiovisual.

Además de la retórica destilada, Salas es sistemático y obsesivo con los temas, logrando un compendio minucioso, ameno y claro de “cierta” historia del cine, parcial, patriarcal, hollywoodense y occidental.
El mismo Salas confiesa que su tarea próxima en términos de análisis es romper con esos cánones, porque se ha movido de lugar en relación con predios hoy en día tan cuestionados.
Con una retórica de sinuosa afabilidad, las estaciones de su viaje van disgregando temáticas como la misoginia y la femme fatale en (cierto tipo) de cine, la literatura y la historia de “ese” cine —tema que le apasiona—, el cine negro y algo de cine costarricense, entre otros.
Tenía 20 años cuando Salas escribía en un registro que él llama de «lucimiento del crítico a partir de sus sarcasmos e ironías»; 40 años después quiere conversar llanamente y sin artificios sobre cómo funciona el cine y su definición más allá de «contar una historia».
Por eso, el título del libro lo desmarca de ser meramente crítico para ubicarse como espectador, porque según su propia explicación, «renuncio a puntuar las películas, y eso es parte de una evolución que tal vez no la tenía tan clara cuando empecé a escribir crítica de cine; y es que en mis críticas de cine -en el libro aparece tres de ellas- creía que el crítico tenía que ser irónico, dar sentencia, como es el caso de Carlos Boyero, el crítico español, al que le apetece maltratar la película sobre la que escribe».
… hemos tenido críticos en Costa Rica con esas características.
—Es como una especie de lucimiento del crítico a partir de sus sarcasmos e ironías. Creo que parte de lo que fue ir descubriéndome como espectador era tratar de evitar esos lucimientos. Perfectamente, el crítico —porque la crítica es también ensayo, literatura— se puede lucir pero no a partir de sus sarcasmos, se puede lucir a partir de una metáfora, un juego de palabras, de repasar un pasaje en la película, presentar un pasaje, contarlo. Ahora trato de hacerlo seguido. Como es el caso de Boyhood, en que arranco el texto con una escena de la película. Hay otra cosa que no sé si es deliberada: me tocó en suerte que las primeras críticas de cine las hiciera para el Semanario (Universidad), fueron 12 en total de las cuales solo publiqué tres en el libro porque en retrospectiva no me gusta lo que eran.
También se incluyen los textos que yo le proponía a Áncora y Literofilia, que no eran sobre la película que me asignaban sino sobre temas.
Y así escribiste series sobre esos temas.
—Exacto. En el libro hay tres artículos sobre misoginia, seis artículos sobre historia y cine —que es un tema que me apasiona—, etc. Es más una relación afectuosa con las películas.
Pero decís comentarios no positivos sobre algunas… como por ejemplo en relación con el MRI (modo de representación institucional), o sobre algunas películas clásicas de Hollywood.
—Eso puede ser porque reconozco que hay cine que me gusta que puede ser un poco vacío pero entretenido, como el cine negro que además es tremendamente misógino. Lo planteo con Buñuel y Hitchcock, buenos cineastas pero misóginos. También sé que hay muchas películas malas.
Sobre el título: vos espectador que tenés peripecias como si fueras protagonista de una película.
—Yo agradezco mucho —no sé si al cosmos (porque no soy creyente)—, que me dedico a dar clases en las que hablo sobre películas, y tengo la oportunidad de volver a ver una película para conversar sobre ellas con los estudiantes. Ha sido una aventura. De pronto me interno en las películas de Frank Capra porque no había visto Mr. Smith va a Washington, y pienso: los protagonistas son como Quijotes, y entonces escribí un artículo sobre eso. Hay una búsqueda por un tema específico. Es navegar.
Es como bucear o hacer arqueología.
—Sí, bucear. Hay algo que se llama cinefilia que es la pasión o el amor por el cine, ¿hay un método para eso? Yo no sé si hay un método; el asunto es que uno ve una película, le gusta el actor y busca en cuáles otras películas ha actuado; le gusta el tema y ve qué otras películas tratan el tema, le gusta el director o la directora, la película, busca otras películas que ha hecho el director o directora. Es como un árbol del cine. Uno va guiado por puros impulsos: me gustó, busquemos.
Más allá de la parte intelectual o académica, tu gusto es muy emocional, ¿es placer?
—Es placer, aunque también hay una formalización o academización del deseo. Me gustan las películas históricas, las veo pero también leo sobre eso. Hay una serie de textos que están vinculados a investigaciones: los proponía en Áncora, pero también estaba haciendo el texto académico, como es el capítulo de «Mujeres bajo sospecha», publicado con algunas diferencias en la revista Casa de la Mujer del Instituto de la Mujer de la Universidad Nacional, o «Diurnos y nocturnos», sobre cine negro y películas del Oeste, que es una versión muy resumida de mi tesis de maestría; o «Mostrar el pasado», que es de cine histórico, un texto inédito sobre cine e historia.
A veces se nota cuando las películas me gustan mucho, como es el caso de Paterson, titulado Maravillas de la repetición.
¿Por qué te gusta tanto Paterson?
—Lo que me gusta de Paterson es que es una idea muy simple de lo poético de la repetición. Jugando con la palabra, no es que lo dice más de una vez sino que lo presenta varias veces. En Hollywood yo no tengo una idea, sino una historia que no es una intuición poética; en cambio en Paterson… ¿Cuál es la historia en Paterson? Sí hay una historia que es un poeta que se acepta como poeta y se acepta porque en la última escena un japonés le dice «usted es poeta». Paterson tiene un clímax que es cuando el japonés le habla, tiene un viaje del héroe que se acepta como poeta, y tiene un villano que es el perro, que se come sus poemas. Es como una película de Hollywood pero funciona diferente.
Al respecto planteás en el libro, en contraste con las historias de Hollywood, películas que tienen protagonistas objetos, animales, etc.
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¿Vos sentís que vos mismo hacés un recorrido a lo largo del libro y que finalmente tiene una coherencia?
—Hay un recorrido, pero el título surgió al final y terminé reconociendo la coherencia cuando ya tenía los textos, cuando seleccioné unos y retiré otros. Me acuerdo proponiéndole a Tito Hurtado, editor de Áncora, películas que eran buenas a pesar de que ideológicamente eran detestables.
¿Cómo cuáles?
—Casi cualquiera de Hitchcock o de la directora nazi Leni Riefenstahl, pero cuando hice la búsqueda en los archivos de La Nación nunca encontré el artículo.
Para armar el libro hice la búsqueda, seleccioné los artículos, me dijeron la cantidad de páginas y cuánto podría costar. Cuando hago la selección, solamente en ese momento voy encontrando un camino. Así me di cuenta que estaba excluyendo los textos del inicio, ¿por qué? porque me di cuenta que había una transformación.
Ese vos no te gustó tanto…
—No me gusta porque yo no me reconocía ahí siendo sarcástico. Por ejemplo, el texto sobre El Informante (The Insider) en que hablo menos de la película y más sobre la sociedad corporativa. Ese era el chiquillo de 19 o 20 años que creía que podía explicar cómo funcionaba el capitalismo corporativo. Diez años después en el 2008 me doy cuenta que de lo que puedo hablar es sobre cómo funciona una película, si de casualidad habla de lo corporativo, lo menciono. En realidad, lo que me lleva a la película no es que hable sobre lo corporativo sino que está bien hecha. Valorar la película como objeto estético y no como objeto de contenido es parte de la misma evolución. Hay un viaje: le doy mucha pelota al contenido siendo chiquillo, luego más importancia a la forma y cuando conozco la forma, cuando he leído sobre guión, sobre edición, fotografía, etcétera, vuelvo al contenido, pero es otra manera de ver el contenido, es ver el contenido armado a cómo funciona un guión, entonces, por eso están los artículos sobre cómo funciona Hollywood.
El modo de Hollywood está hecho a la medida de la lógica de la novela realista del siglo XIX, no lo digo yo, lo dice la teoría sobre la adaptación. El cine de Hollywood es totalizador: todo ocurre por algo. Por eso Don Quijote cuesta tanto adaptarlo; lo que se adapta es la historia pero lo gracioso del Don Quijote no está ahí, lo mismo pasa con las novelas de la vanguardia de autores como James Joyce o Franz Kafka.
El proceso de Kafka está muy bien adaptada.
—Pero es una película de Orson Welles hecha fuera de Hollywood: Es una película rara que logra meterse muy bien en la rareza de Kafka.
Hablemos sobre género y misoginia, para vos temas importantes; sin embargo, el libro tiene pocas referencias…
—A mujeres. Si de algo me siento mal es de no haber metido más textos sobre mujeres. El único texto sobre una cineasta es sobre Patricia Velásquez, estoy consciente de eso.
Mencionás a Jane Campion.
—Pero no le dedico un artículo, ni a Claire Denis, ni a Catherine Breillat, ni a Alice Guy, que es reconocida como la primera directora de ficción. Me doy cuenta de eso de la misma manera que sé que debería escribir más sobre películas latinoamericanas, no europeas, no occidentales. Y no es que no vea películas de esas, lo interesante es por qué no escribo sobre ellas, aunque académicamente lo he hecho.
He sido bastante convencional; es decir, es una historia del cine canónica. No estoy introduciendo al espectador a ningún cineasta que se salga del canon. Tal vez estaría pendiente tomarse en serio ese romper.
Volvamos al tema de la misoginia.
—Tal vez es un tema de culpa, de placer culposo, en el sentido de que me doy cuenta que la misoginia está mal, pero las películas me gusta y siento que parte de lo que la hace atractiva es jugar con esa figura de la mujer —que ya para uno eso está mal—: es decir, es reconocer la propia fascinación que tiene uno con la misoginia. Me parece interesante esa relación que uno como espectador desarrolla con la mujer. Y otra cosa que me parece interesante es que el mismo feminismo ha reivindicado la figura de la femme fatale, porque la misoginia descansa mucho la femme fatale: es la mujer mala, la mujer que pierde el hombre, pero fue la primera mujer representada en el cine que era más inteligente que el hombre, lo utiliza sexualmente, aprovechando sus encantos y también era el motor narrativo —antes la mujer no era motor narrativo—. Y algo que es bueno revisar es por qué tanto director bueno es misógino, hay que preguntarse eso.
Me gustaría pasar al tema de las series, al cual vos le das un lugar preponderante en el libro. Es un género que está en boga, y que, en el mejor de los casos, se está explorando, investigando.
—Y está produciendo de la mejor producción audiovisual. Cuando se discute cuáles fueron las series rompedoras, los puntos de arranque, se habla de Twin Peaks y Los Soprano.
Que son dos momentos distintos.
—Para mí es Los Soprano porque es cable, y lo que hace que despegue este formato de televisión es que puede internarse en temas como violencia, sexo y drogas, que no podía hacer la televisión abierta. Después viene el streaming que abre aún más la lógica. Por eso me parece que Los Soprano es la que cambia la lógica. Hace 10 años ya no es el cable, sino el streaming. Hay series que no inventan nada pero arriesgan en cosas como Sucesión, una serie en la cual la improvisación y el absurdo están presentes.
Vos mencionás en el libro que una de las características de algunas series es que, debido a su duración, permiten el desarrollo de los personajes de una manera distinta que en una película. Sin embargo, me parece que algunos personajes de las series se vuelven caricaturas.
—Sí, de acuerdo, incluso de algunas series como Breaking Bad que no tendría porqué suceder, ocurre que el protagonista es un personaje que se vuelve malo de forma caricaturesca, o en Peaky Blinders, el protagonista, para mí, se hace caricaturesco con cada trauma que se agrega.
De hecho, la última temporada no la vi por esa razón que decís.
—Para mí la mejor serie es The Wire. Una cuestión importante y diferente de las series respecto a las películas, es que en el cine de industria el productor es el que manda, aunque, a veces el director tiene alguna cuota y puede hacer la película que quiera. En las series, el que manda no es el director sino el que supervisa que es el showrunner. De pronto tenemos un personaje con el que el espectador se encariña y vemos cómo no lo matan y de pronto termina muerto en un accidente, porque la realidad funciona así. Pero también presenta cómo la realidad es muchas veces absurda, y la serie está llena de absurdos. Hay series distintas a Hollywood como Sucesión, que permiten mucha improvisación en la actuación. Esa es una serie muy valiosa.
Cerremos con lo que cerrás el libro: el cine costarricense.
—A mí me parece que el cine costarricense está emergiendo de manera importante. Los artículos publicados en el libro corresponden a las películas estrenadas en el año en que colaboré con el Semanario Universidad durante la dirección de Ernesto Rivera. Luego dejé de colaborar porque tenía que dedicar más tiempo a escribir artículos académicos, que es un trabajo muy exigente. En el libro incluí todos esos textos excepto uno que es sobre la película Nosotros las piedras de Álvaro Torres, lo cual lamento porque es un documental muy bueno, y mi artículo no era tan bueno como la película y me pareció una injusticia.
Todas las películas son muy valiosas, no están Medea ni Agua fría de mar, que me encanta.
En pocas palabras, ¿para vos qué es el cine?
—El cine no es solamente contar historias, ayuda a contar historias, pero yo puedo hacer una buena película contando poco o nada, contando una historia minimalista. Sí creo que es una producción artística o estética en que se comparte una historia, una sensación. A veces lo que quiero transmitir estéticamente coincide con una historia que también quiero contar. Paterson, por ejemplo, lo que quiere transmitir no es exactamente una historia, lo que quiere transmitir es una idea de cómo funciona lo poético. Me parece muy importante que el cine no es solo contar historias sino contar sensaciones, impresiones, intuiciones.
