Escribió su primera novela a los 14 años y a los 23 ya ha publicado tres títulos, uno de los cuales, “Cómo sobrevivir a una tormenta extranjera”, obtuvo el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría 2020, compartido con “Al otro lado del río”, de Emilia Macaya.
Se llama Larissa Rú y su gran pasión es la literatura del género especulativo, especialmente el terror y la fantasía, a la que ha dedicado la mayor parte de su producción hasta la fecha.

No obstante, “Cómo sobrevivir a una tormenta extranjera” es una criatura atípica engendrada por circunstancias de soledad y desarraigo que rodearon a la autora en una etapa de su vida.
La novela cuenta la historia de Amelia, una adolescente venezolana que migra a Francia en busca de un futuro mejor del que le podría brindar su propio país, sumido en una constante convulsión política. Ahí se enamora de un joven italiano, emocionalmente inestable, que le proporciona momentos de intensa felicidad y de indecible derrota.
En esa ruta de sobresaltos emotivos y cargando con una enfermedad pulmonar obstructiva crónica, que le hace esclava de un tubo de aerosol, ha de soportar pobreza, maltratos y humillaciones que la llevan al filo de la muerte, de la que es rescatada por una mano amiga.
Al final, gracias a su hermosa voz apta para el canto lírico, logra reconstruir su vida e, incluso, recuperar el amor en toda su plenitud.
La entrevista
En entrevista con “Lectomanía”, Larissa nos habla de su obra ganadora, de lo que ha significado para ella el Premio Nacional de Novela, así como del interés que despiertan en ella ciertos géneros narrativos y de cuáles han sido sus más poderosas influencias literarias.
¿Influencias literarias? Siempre han sido las mismas. Yo me propongo ser escritora de ficción especulativa, especialmente en las áreas de terror y fantasía, entonces de eso trata mi primera novela y la última que acaba de salir publicada por la editorial de la UCR, llamada “Plenilunio”.
Mi escritora favorita es Ursula K. Le Guin, pero también he tenido influencias como la de Borges (Jorge Luis Borges), Sturgeon (Theodore Sturgeon) y Horacio Quiroga. De Le Guin me gusta mucho cómo desarrolla la ficción especulativa centrada en la mujer, en la psiquis femenina, y cómo subvierte clichés raciales que se dan con frecuencia en la fantasía especulativa.
También me gustan mucho Lovecraft (Howard Phillips Lovecraft) y Edgar Allan Poe.
Siendo una escritora con un interés tan específico en el género especulativo, como nos has dicho, de dónde vino el interés por escribir “Cómo sobrevivir a una tormenta extranjera”, una historia que yo llamaría “de amor y desarraigo”.
Yo creo que se debe a que en ese momento estaba pasando una etapa bastante compleja de mi vida. Me fui a estudiar al extranjero a los 16 años, me fui a Bélgica sola y yo nunca había estado sola porque siempre fui muy apegada a mi familia. No conocía el idioma, no conocía las costumbres. Pasé un periodo muy gris estando allá por situaciones personales, me sentía sola y vulnerable. Empecé a escribir una historia de fantasía y no sentía la alegría y magia que busco poner a mis novelas. Entonces, traté de representar lo que estaba viviendo ahí, el ahora, y de hacerlo de una manera muy lírica.
Con lo que me has explicado, confirmo la sospecha de que Amelia (el personaje principal de la novela) es al menos parcialmente autobiográfico.
Sí y no. No es una novela autobiográfica, pero sí tomé algunas experiencias propias, las aislé y las concentré en otro personaje. Amelia comparte algunas cosas conmigo. Por ejemplo, la familia, la relación de ella con su figura paterna y con el abuelo. La figura materna no está presente en la vida del personaje y yo tengo una relación muy fuerte con mi mamá, esa es una diferencia.
Amelia es muy sensible y yo soy muy sensible pero más inclinada a lo dicotómico, soy más tajante y mandona, no tan ligerita como Amelia y esa sí es una diferencia fundamental, quise hacer un personaje blando, muy expuesto emocionalmente.
Uno de los considerandos del jurado que otorgó el premio es que la novela tiene elementos “rupturistas” y me imagino que eso se refiere a los diálogos por mensaje de texto entre los hijos de Amelia, que observan detalles de la vida de su madre desde el futuro. ¿Cómo llegaste a desarrollar esa idea?
Yo adquirí ese hábito del chateo cuando estaba en Bélgica. A veces tenía conversaciones tan ricas por chat que les tomaba un pantallazo y se los pasaba a mis amigos. Entonces, a mí me pareció una forma de recolección de memorias muy pertinente a la actualidad, porque las generaciones millenials y zoommers estamos acostumbradas a ese tipo de comunicación.
Entonces, es una imagen que yo tengo muy clara. Al hacer las conversaciones por mensajes del futuro de los hijos de Amelia, quería activar esa conexión que nosotros tenemos hoy con la tecnología.
Es una tensión que me gusta recalcar bastante en la novela: tenemos un personaje que es muy romántico, que idealiza el panorama y que por su experiencia musical ve todo el mundo en forma lírica, que su monumento es Puccini, pero al mismo tiempo vive en una época acelerada. Tenemos entonces una tensión entre los mensajes de texto y la parte que a mí me gusta más, que tira un poquito más a la ficción especulativa, que es la lírica.
En esto de los mensajes lo que quería era resaltar la inmediatez de la época que vivimos y que, para los que vinimos ya con eso, es algo habitual.
Siendo tan joven y a la vez tan prolífica como escritora, ¿cómo te visualizás dentro de unos 15 años?
Me gusta pensar que uno está en constante crecimiento, no solo físico y cronológico, sino también intelectual, pero trato de no pensar mucho en el futuro porque ya no tiene tanto sentido como tal vez lo tenía antes. El mundo cambia muy rápido, así que tener muchas expectativas puede terminar hiriéndonos en vez de ayudarnos a planear a largo plazo.
Sí tengo proyectos que quiero ir desarrollando a la larga, pero trato de no pensar como estaré figurando dentro de algunos años. La escritura es una constante, busco explorar en otras áreas como la música para ir incorporándolas en mi escritura.
Así que, si Dios me lo permite, seguiré escribiendo y madurando mi prosa.
¿Crees que se pueda hablar de una nueva literatura millenial en Costa Rica y vos te incluirías en ella?
Yo no me identifico tanto con los millenials, más bien siento que estoy entre millenial y zoommer. Millenials son las gentes como de 30 aunque, por la zona en que vivimos, las definiciones de lo que es millenial o zoommer a nosotros nos llegaron un poco tarde. Entonces, estamos siempre como en el limbo.
A mí no me gusta delimitar mucho las cosas porque al final creo que eso puede restringir el proceso creativo. Mis influencias, como la de Úrsula Le Guin, son de generaciones pasadas, pero yo no siento que los temas que se tocaban antes sean tan buscados por los autores, me parece que están buscando romper un poco con esas fronteras.
Costa Rica tiene una historia bastante complicada en cuanto a definir qué es la literatura tica o qué es la creación artística plástica tica. Si retrocedemos un poquito, nos encontraremos con toda la polémica que hubo en los años 30 sobre la propuesta de hacer un arte “tico” que trascendiera las influencias del academicismo francés y sus ideales liberales.
De ahí surge la idea de recuperar el pasado indígena y el surgimiento del primitivismo.
En literatura ocurre lo mismo, siempre estamos tratando de autodefinirnos nosotros como escritores, definir qué es la literatura costarricense y de ponerle límites generacionales.
Yo observo una búsqueda por un dinamismo en la prosa, veo otros escritores de mi edad que tal vez persiguen cosas más academicistas, más tirando a lo filosófico. Me he dado cuenta de que el mundo de los escritores jóvenes es muy heterogéneo y no podría decir si hay un patrón.
Veo este mundo de la literatura como una canasta en la que puede haber frutas de cualquier árbol y de las que podemos servirnos para crear nuestro propio mosaico.
¿Aparte de los autores de la corriente especulativa, qué otros escritores te han impresionado, por ejemplo, de los latinoamericanos?
Aparte de Borges y Quiroga, que ya mencioné, me ha influido la obra de Isabel Allende. También Julio Cortázar. Específicamente, para esta novela (Cómo sobrevivir a una tormenta extranjera), yo venía de leer Rayuela. Eso fue para mí un cambio de chip. Esos saltos de parajes de Argentina a Francia que él hace me sirvieron de inspiración.
¿Qué significado tiene para vos el Premio Nacional y qué mensaje te envía ese reconocimiento?
El premio para mí fue algo muy inesperado. Lo que esperaba de esa novela era profesionalizarme. Estaba contenta con el trabajo que había hecho pero el premio me tomó muy por sorpresa. Entonces, para mi carrera ha sido un antes y un después, porque yo nunca me esperé que se me tomara tan en serio, sobre todo por el tipo de géneros con los que normalmente trabajo, porque aquí, en Costa Rica y en Latinoamérica en general, hay una concepción de que el terror y la fantasía son géneros menores.
Siempre he tenido que luchar con eso y ahora, gracias al premio, creo que, incluso trabajando con esos géneros, se me toma más en serio.
A mí edad, es algo que juega. Estoy muy contenta, aunque sí ha traído algo de presión en lo que hago, presión sobre mis creaciones futuras y sobre lo que ya quedó en tinta que no se puede cambiar.
Algo de lo que también me siento muy contenta es que hubo dos ganadoras y que comparto este premio, a mucha honra, con doña Emilia Macaya, que es realmente una eminencia. Y que las voces de dos mujeres de distintas generaciones estén siendo tomadas en consideración, para este tipo de galardones, es una buena señal de que estamos pavimentando un camino para la literatura femenina.
Luego de “Cómo sobrevivir a una tormenta extranjera” y de Plenilunio, ¿qué otros proyectos tenés en mente?
Ahora en lo que estoy trabajando es en una compilación de cuentos de terror, centrados en la psiquis femenina. Son relatos en primera persona relacionados con el terror psicológico, sobre las experiencias de una protagonista que no tiene nombre. Ese es uno de mis proyectos.
El otro es una novela de suspenso y fantasía situada en Costa Rica, en un espacio físico delimitado que se me dificulta un poco, pero que asumo como un desafío más en el esfuerzo por irme superando.