La editorial de la Universidad Don Bosco, de El Salvador, acaba de publicar -a finales de 2022- Los poetas del mal, del escritor Manlio Argueta y ya se prepara en Berlín una edición en alemán, que circulará en Alemania, Austria y Suiza. Ya es habitual: un nuevo libro del poeta y novelista salvadoreño es un acontecimiento que desborda rápidamente las fronteras.

En lo fundamental, la novela gira en torno a las andanzas de un grupo de grandes figuras de las letras de El Salvador quienes, hace muchos años, se conjuntaron en el Círculo Literario Universitario, para formar una sola voz de resistencia -desde la literatura- a la opresión ejercida por sucesivos gobiernos militares.
Figuras icónicas del arte y el compromiso político como Roque Dalton, Roberto Armijo, Roberto Cea, Miguel Ángel Parada, Otto René Castillo y el propio autor deambulan como en un gran festejo de disfraces en el mundo de ficción-realidad recreado por Argueta.
“En el fondo, es una memoria mía de esa etapa, convertida en ficción mediante la novela”, afirma el escritor en entrevista con Lectomania.net.
“Los poetas del mal” es un título que alude a uno de los calificativos que los gobiernos militares y sus aliados en la prensa daban a los miembros de aquel círculo, al que acusaban de “envenenar las mentes de los jóvenes con ideas extrañas”. Ideas de democracia, de libre participación política, de justicia social y otras monstruosidades de índole semejante.
“También nos decían ‘la minoría hablante’ porque, en aquellos años de fuerte represión, éramos muy pocos los que nos atrevíamos a hablar en contra del régimen. Así que la persecución fue en aumento: arrestos, amenazas, presiones. Y ya a los 24 años casi todos estábamos en nuestro primer exilio”, nos cuenta el autor.
Corría entonces la década de 1970, rememora Argueta, “casi 20 años después, en 1989 -en plena guerra civil-, seis sacerdotes jesuitas (cinco españoles y un salvadoreño, rector y docentes de la Universidad Católica (UCA), fueron masacrados por militares junto a dos mujeres del servicio doméstico por la misma razón: “por ser una minoría hablante y envenenar las mentes de la juventud”.
Y quizá sea justo añadir que argumentos similares dieron pie al asesinato, en 1980, del entonces obispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero, hoy elevado a la condición de santo por la iglesia católica.
Manlio Argueta es uno de los escritores más prolíficos de su país y de Centroamérica. Cuenta con ocho novelas publicadas, —– relatos cortos y —- libros de poesía.
A sus 87 años continúa trabajando como director de la Biblioteca Nacional de El Salvador y aún le sobra energía para seguir escribiendo con la sed insaciable con que empezó a hacerlo desde su adolescencia, allá en el barrio La Merced, en el departamento salvadoreño de San Miguel. Pronto se añadirán otros dos títulos a su palmarés literario.
Además de su amplia producción hay que señalar que Argueta es también uno de los escritores centroamericanos más traducidos en Europa, Estados Unidos y otras regiones. Su obra más conocida, “Un día en la vida”, ha sido traducida a trece idiomas y fue propuesta por la Modern Library como el quinto mejor libro del siglo XX en América Latina.
Quizá no haya en El Salvador un autor cuya obra haya sido tan intensa y ampliamente analizada por los estudiosos de la literatura latinoamericana como Manlio Argueta. Entre los trabajos más destacados está la Antología de ensayos “De la hamaca al trono” que incluye lecturas críticas del autor rubricados por estudiosos como Linda J. Craft, Astvaldur Astvaldsson, Ana Patricia Rodríguez, Ian Davies, Mary Addis y Maureen Shea, entre otros.
Tratamos con el poeta salvadoreño estos y otros aspectos de su vida y obra, como las más de dos décadas de exilio que vivió en Costa Rica, donde crecieron sus hijos y dio inicio su fructífera carrera como novelista.
EL POETA
Lectomanía.net: La mayoría de escritores puede identificar algún hecho que actuó como disparador de su impulso por escribir. ¿Cuál fue el tuyo?
Manlio Argueta: Nací en un hogar pobre en que los libros eran un lujo al que no podíamos aspirar, en un pueblo al que ni siquiera llegaban libros. Sin embargo, tuve una madre que en su juventud recibió una buena educación literaria. Desde los ocho años empezó a recitarme poemas del romanticismo y, más tarde, me contaba -porque no teníamos los libros para leerlas- grandes novelas como “María”, “Los miserables”, “Crimen y castigo”…
También mi abuela y una trabajadora en el taller de costura de mamá incentivaron esa pasión por la literatura. Ellas actuaron como detonante.
En cuarto grado escribí mis primeros poemas.
Entonces, ¿en qué momento empezaste a tener contacto directo con los textos literarios?
Cuando llegué a la secundaria hubo dos cambios decisivos. Uno fue que la situación económica de la familia mejoró, gracias al esfuerzo de mi madre, que era una trabajadora incansable. El otro es que empezaron a llegar libros a San Miguel; cada tanto se organizaba una feria en el parque y yo iba encontrando poco a poco los libros que mi mamá me contaba.
Recuerdo muy bien cuando compré Los Miserables y Las mil y una noches, entre otras grandes obras de la literatura universal. Me fui convirtiendo en un lector ávido de novelas, pero por muchos años seguí cultivando la poesía.
Concluida la secundaria me trasladé a San Salvador para ir a la Universidad, a estudiar derecho. En primer año de estudios universitarios gané dos certámenes nacionales de poesía, algo que ni yo podía creer, y este logro atrajo hacía mí la atención de otros poetas jóvenes más fogueados, como Roque Dalton, Otto René Castillo y Roberto Armijo. Ellos me invitaron a integrarme al Círculo Literario Universitario y ello cambió mi vida.
EL NOVELISTA
Manlio Argueta se inició como narrador a los 28 años con la novela “El valle de las hamacas”, que en 1968 ganó el Certamen Cultural Centroamericano auspiciado por el Consejo Superior Universitario de Centroamérica (CSUCA) y que fue publicada luego por la Editorial Sudamericana, de Argentina, la misma que poco antes (junio, 1967) había sacado a luz la primera edición de Cien años de soledad, del premio nobel Gabriel García Márquez.
“Hasta ese momento, nunca me creí novelista. De hecho, me sentía como un intruso en un género literario al que no pertenecía, así que tanto el premio como la edición de Sudamericana fueron para mí algo impactante”, refiere Argueta.
Y agrega: “Creo que fue el azar el me llevó a esa aventura. Yo me había encontrado con una carta del conquistador Pedro de Alvarado en la cual relata la batalla de Acajutla, donde las huestes españolas perpetraron una gran matanza de guerreros pipiles. En esa carta, Alvarado reconoce que éste fue, en su recorrido de muerte, el único pueblo que no se rindió pese a la derrota, sino que se replegó a la montaña, donde se mantuvo dispuesto al combate”.
“Yo quería hacer un poema épico con base en ese documento, pero personas de mucha más experiencia, como la gran poeta lírica Claudia Lars, opinaron que la poesía no era un género apropiado para relatar hechos históricos. Entonces, me atreví a probar la narrativa y escribí “El valle de las hamacas”.
¿Qué autores guiaron tus pasos en la narrativa?
Cuando decidí escribir “El valle de las hamacas”, mi primera novela, yo me hice mi propio taller literario con cuatro novelas: “Rayuela” de Julio Cortázar, “Manhattan Transfer” de John Dos Passos, “La ciudad y los perros” de Vargas Llosa y “La región más transparente” de Carlos Fuentes.
De estas cuatro grandes obras, la que más me inspiró fue Rayuela, porque respondía al estilo emotivo al que yo aspiraba.
Uno de los aspectos más subrayados de tu obra ha sido el tratamiento de la mujer, que con frecuencia es la heroína de la historia. ¿Podemos hablar de un temprano feminismo en tu obra?
Mi visión de la mujer no viene de un cuerpo teórico, sino del ejemplo. Mi madre fue una mujer valiente, insigne trabajadora, que se consideraba a si misma jornalera. Ella despertó en mí una gran admiración y un gran respeto por las mujeres en general, sentimientos que se expresan primero en mi poesía y, más tarde, en mis novelas.
En siglo de o(g)ro hablo de “mis cinco mujeres”: mi madre, mi abuela y tres trabajadoras que ayudaban a mamá en el taller de costura y que contribuyeron mucho a mis primeras etapas de formación.
Chela, por ejemplo, me contaba los cuentos de Cervantes y de Las mil y una noches. Nunca supe dónde ni cuándo los había aprendido, porque era una humilde campesina, pero se los sabía de memoria. Además, me cantaba los tangos de Gardel.
Siempre he pensado que el haber tenido a esas cinco mujeres junto a mí durante mis primeros años de vida fue un regalo de la vida, un gran privilegio.
Los estudiosos de tu obra te señalan una habilidad especial para desarrollar historias tanto en el ambiente rural como el urbano. ¿De dónde viene tu profundo conocimiento de la vida campesina?
Creo que en parte viene del contacto que tuve con la cultura rural y el ambiente natural en mi niñez. Aunque nací cerca de una ciudad (San Miguel), el barrio La Merced en que crecí estaba en las afueras y era muy rural.
Sin embargo, lo que me dio un conocimiento mucho más rico de lo rural fue el trabajo que hice en Costa Rica, durante el exilio, con los campesinos salvadoreños refugiados. En aquella época yo daba clases en la UCR y decidí renunciar para hacer ese trabajo, que me pareció muy importante. En ese tiempo había recibido mucho dinero de los derechos de autor por las traducciones de “Un día en la vida”.
Entonces, fundé un instituto para lograr que esos campesinos, que eran muy tímidos, al menos en el medio costarricense, pudieran expresarse más. Formamos grupos de danza y teatro con niños, adolescentes y mujeres adultas. Hombres adultos casi no había entre los refugiados porque éstos se quedaban en la guerra.
Así llegué a tener un contacto muy cercano con los campesinos de mi país. Incluso escribí una novela “Cuscatlán donde bate la mar del sur”, que se basa en entrevistas a las personas refugiadas en Costa Rica. Yo considero que esa novela es todo un testimonio de la vida campesina y es la única que escribí ubicada en el contexto de la guerra en El Salvador.
EL EXILIO
Tu exilio en Costa Rica, según entiendo duró casi dos décadas. ¿Si tuvieras que resumir esa experiencia en pocas palabras, cómo la definirías?
En realidad, fueron 22 años en Costa Rica. En ese lapso escribí tres novelas: Caperucita en la zona roja, Cuscatlán donde bate la mar del sur y Un día en la vida. Además, empecé a escribir Milagro de la paz.
Creo que Costa Rica me dio mucho para mi crecimiento intelectual. Aquí tuve relación con el filósofo Constantino Láscaris, con José León Sánchez, con poetas jóvenes como Ana Istarú y Diana Ávila.
A inicio, mientras daba clases, me dediqué a un intenso trabajo editorial y pude conocer muchas obras importantes de autores costarricenses. Ahora recuerdo, por ejemplo, la tesis doctoral de Samuel Stone (La dinastía de los conquistadores) o Los grupos de presión en Costa Rica, de Oscar Arias. Cuidé la edición de La dramática vida de Rubén Darío, de Edelberto Torres y La Patria del criollo, del guatemalteco Severo Martínez Peláez.
Ese trabajo me dio vida porque me permitió dedicarme a lo intelectual, a los libros, a la literaria, cosa que en El Salvador me era totalmente imposible acuciado como estaba por la persecución política, tratando de salvar la vida.
Tengo un libro en preparación que se llama “Costa Rica y mi otredad” que precisamente se refiere a ese periodo de mi vida y que responde en forma mucho más amplia a tu pregunta.
A propósito del tema, una de tus reciente novelas, “Así en la tierra como en las aguas” resalta la gran gesta centroamericana del siglo XIX, la derrota del filibustero William Walker, desde una perspectiva muy costarricense.
Yo fui profesor de un taller en Estudios Generales que se llamaba Seminario Participativo de Latinoamérica y Desarrollo, que compartía con otros tres profesores. En este curso hablábamos de las grandes efemérides de América Latina y, paradójicamente, nunca abordamos el tema de la guerra contra los filibusteros.
Por circunstancias azarosas, ya siendo director de la Biblioteca Nacional en San Salvador, tuve que conseguir bibliografía sobre ese acontecimiento épico y no fue sino entonces que empecé a leer y dimensionar el gran significado de esa lucha.
Uno de los documentos que más me impactaron fue el relato del mayor Máximo Blanco, que comandó las tropas costarricenses en la toma de los vapores y los cuarteles filibusteros en el río San Juan en 1957, una gesta que marcó el inicio del del fin de Walker en Centroamérica.
Por esa razón, la novela tiene un cierto énfasis en esa campaña, aunque abarca todo los hechos militares y políticos del 56, el ascenso de Walker al poder en Nicaragua, las diferentes batallas de Rivas, la de Santa Rosa, entre otros hechos históricos.
Obras De Manlio Arguera, En Orden Temporal:
Novelas
- El Valle de las Hamacas
- Caperucita en la zona roja
- Un día en la vida
- Cuzcatlán donde bate la mar del sur
- Milagro de la paz
- Siglo de o(gro)
- Así en la tierra como en las aguas
- Los poetas del mal
Relatos cortos
- Los perros mágicos de los volcanes
- El cipitío
- La piedra mágica de la Chinchintora (en prensa)
Poesía
La obra poética de Argueta, en su gran mayoría, ha sido publicada en revistas, antologías y otras publicaciones especializadas. La mayor parte de su producción está compilada en una antología del académico Astvaldur Astvaldsson, del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Maryland. La antología incluye un estudio introductorio de unas cien páginas.