¿Qué fue primero, el cuento o el dibujo? Para Héctor Gamboa nunca existió tal paradoja. Antes que el texto, siempre fue la imagen. Las historias ya eran figura y color cuando su creador decidió convertirlas en letra, un camino inverso al de la gran mayoría de los libros ilustrados.
“Casi todos los cuentos los dibujé antes de escribirlos… De hecho, la idea de escribir los cuentos la tuve después de hacer el dibujo de uno de ellos”, nos dice Gamboa en entrevista con Lectomania.net, a propósito de Fotos Robadas, su más reciente libro publicado bajo el sello La Jirafa y yo.
Se trata de una colección de diez relatos exquisitamente ilustrados por el mismo autor, que retratan la vida y las costumbres del Guanacaste de hace varias décadas, “en una época en que las familias, en vez de ver televisión, se reunían para contar historias”.

“Era el tiempo en que el coloquialismo constituía el centro de la vida social. No importaba si los cuentos se repetían, siempre había algo nuevo, aunque fuera en la manera de contarlos”, agrega el autor.
El libro está impreso en un espacioso formato de 8,5 por 11 pulgadas, también llamado “tamaño carta”, de manera que los dibujos pueden apreciarse en todos sus detalles.
Es, sin duda, el trabajo de un profesional que ha diseñado más de 200 libros e ilustrado más de 40 a lo largo de su carrera. Y es también el trabajo de un escritor ingenioso y sensible que conoce la psicología, las costumbres y el lenguaje del pueblo que retrata.
Los cuentos
“Fotos Robadas” es el título de uno de los cuentos, que le da nombre al libro. Es la historia de un niño que debe pasar mucho tiempo en cama debido a una aguda afección asmática. Una niña llega a diario para hacer una meticulosa limpieza del cuarto. Mientras ella trajina, él se dedica a repasar las páginas de sus libros ilustrados y a observar de reojo a la culpable de sus desvelos.
Es un relato que tiene mucho de autobiográfico. Héctor tuvo una infancia asmática y la niña del cuento fue su primer amor, del tipo que nunca llega a verbalizarse y mucho menos a realizarse. Sin embargo, entre ambos se desarrolla una historia que tiene que ver con las fotos que la niña sustrae de otras casas en las que también trabaja en oficios domésticos.

“En aquel tiempo -y creo que la costumbre persiste-, las mujeres que trabajaban en el servicio doméstico solían llevarse pequeñas cosas de las casas, a veces sin ningún valor material. En este caso, se trataba de fotos, a través de las cuales la chica se apropiaba para también ser parte de algunos momentos de la vida de la familia a la cual servía”, explica Gamboa.
En otro de los relatos conocemos a Ulerico, “un viejo trabajador de muchos años en la finca de mi abuelo materno, Jaime Goldenberg. De Ulerico se decía que era brujo, que tenía poderes sobrenaturales provenientes de una gran botella azul que poseía y en la cual estaban encerrados siete diablillos”, relata el autor.
Lo interesante de esto es que la gente creía en la verdad de esos cuentos y por ello le tenía miedo al tal Ulerico, que solo era un viejo triste y solitario.
“El relato que encabeza el libro se llama El escondite, que es la recreación del escondido que mis hermanos, mis primos y yo jugábamos en la casa de mis abuelos, una casa grande que nunca dejó de crecer mientras crecía la familia”. La ilustración correspondiente a este cuento es la portada del libro.
“Escribí estos cuentos a lo largo de una década, desde 2011. Y, de alguna manera, el ejercicio me sirvió de terapia porque todo tiene que ver con una parte muy importante de mi vida. Son historias relacionadas con el tiempo de mi niñez y adolescencia en Nicoya.
Algunos de estos cuentos los escuchó Héctor de sus mayores, otros son acerca de vivencias propias y directas, lo importante es que la mayoría corresponden al imaginario del pueblo guanacasteco, a la gente humilde con la que convivió en sus primeros años. Y a la vida de la gente común, con sus penurias y alegrías.
“Últimamente, la literatura ha perdido la perspectiva de la desgracia, la que narraba la vida terrible de los pobres, de los marginados, de la gente que no tenía nada, ni siquiera voz para hablar de sus calamidades. Era una literatura que le daba voz a esos sectores, pero ahora esa temática ya no resulta sexy”, afirma.
Y no es que critique esa tendencia, pero él ha querido ir al rescate de aquellas temáticas y lo cierto es que lo hace con gran propiedad y que su obra resulta muy refrescante.
El autor
Héctor Gamboa Goldenberg pertenece a una familia de artistas, principalmente músicos. Su tío Max Goldenberg es un brillante compositor y cantante de música autóctona; sus hermanos Fidel (q.e.p.d) y Jaime han sido compositores, arreglistas e intérpretes, ambos vinculados al grupo Malpaís.
Héctor tuvo también una fuerte inclinación hacia la música. Su pasión eran los instrumentos de viento, pero el destino tenía otros planes para él. Su problema de asma crónica lo alejó desde joven de tales instrumentos y lo ligó inexorablemente a la pintura.
“De niño me pasaba el tiempo leyendo y viendo libros ilustrados. Cuando tenía 14 años, mi papá (el recordado periodista Francisco Gamboa) me llevó a conocer el taller del pintor Julio Escámez, y eso me marcó definitivamente”.
“Creo que tenía pasta para ser pintor de caballete, pero yo no quería hacer arte de colección para una élite -asegura-. Desde muy joven me interesó el arte de impacto social y por eso empecé a ilustrar para publicaciones políticas”.
Más tarde consiguió trabajo en el Instituto Latinoamericano de Pedagogía de la Comunicación. Ahí se hizo ilustrador y diseñador gráfico profesional. Ha diseñado más de 200 libros y ha ilustrado más de 40, lo cual habla de su amplia experiencia en el campo.
Desde hace algunos años trabaja con la editorial La Jirafa y Yo, que se especializa en literatura infantil. “Me gusta mucho ilustrar libros para niños”, nos dice.
Entre las obras de relatos ilustrados publicadas por Héctor Gamboa se encuentran Fotos robadas, Acuantá, El trío de la luna llena, Pobre Eugenia, Como un pájaro, El niño y el toro, El trío de los miedosos, Las flores del olvido, Más allá del alarido y Juana se atreve.